Recuerdo que anuncié su fichaje en las páginas de Diario16 en el mes de julio de 2000. Y tengo bien presente la historia de su fichaje, los trece mil millones de pesetas que el Real Madrid pagó por el mejor futbolista del mundo. Y, por supuesto, conservo como oro en paño en un CD el golazo que supuso la Novena Copa de Europa y que tuve la suerte de narrar en directo desde Escocia. Seguro que Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona fueron los mejores del planeta pero yo he tenido la suerte de vivir y convivir con este futbolista elegante, suave, de fútbol sencillo, fácil y dulce, firme, sabio, directo, estético, certero, eficaz y extremadamente bello.
Aquella volea en la mítica portería de Hampden Park marcó un hito en la historia del fútbol. Cuando, al día siguiente, sobrevolé el estadio de regreso a España me pareció infinito. Sé que 78 millones de euros fueron un precio muy caro, que reventó los mercados internacionales, pero también sé que hemos gozado en el fútbol español de un extraordinario jugador, que nos hemos deleitado con sus ruletas, sus regates, sus quiebros, sus disparos a puerta, sus goles en partidos decisivos y sus maneras en cada jugada.
Los habrá habido mejores pero ninguno más elegante con un balón en los pies, nadie que mereciera ser marqués en la hierba de todos los campos del mundo. Lo recuerdo en Saint Dennis marcándole el gol a España en la inauguración y en la final rematando de cabeza a Brasil para convertir a Francia en Campeón del Mundo. De Zizou solo tengo buenos recuerdos.
Una experiencia llena de magia, de talento, de ingenio. Cuando se despidió del Bernabéu, quise soñar que soñaba pero no, era verdad que se iba. Y se hizo de noche sobre la Castellana, despacio, sin querer… Gracias, Zidane, por todas esas cosas que sólo tú y yo sabemos.