Resulta extraño que, a raíz de la elección de Tokio para organizar los Juegos Olímpicos de 2020, haya surgido una corriente de culpabilidad hacia Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español. Siempre tuve a Blanco por un buen dirigente y a nadie se le escapa que suele ser elegido por una aplastante mayoría de los que ejercen su derecho a voto. Blanco es respetado y querido por el mundo del deporte, al que pertenece,
y por los medios de comunicación que conocen y dominan bien sus actuaciones.
Su papel de abanderado de Madrid 2020 estaba más cerca de la heroicidad, siempre generosa, que de la realidad. Aunque a muchos nos ilusionaba vivir Madrid 2020, hubo quienes interpretaron, con argumentos más que respetables, que España no estaba para estos juegos. Quienes así opinaban, vieron que la situación económica y social del país no favorecía la elección de Madrid. Sin embargo, es justo concederle a Alejandro Blanco el mérito de haber cuajado una candidatura a la medida de nuestra situación social, austera, deportiva y popular, sin los lujos de Tokio que tanto agradan al COI.
Alejandro Blanco no es el culpable de nuestro 27% de paro, ni de nuestra deuda externa, ni del valor de la prima de riesgo ni de la desconfianza que generamos como país en los mercados internacionales. Tampoco lo es de pasear por el mundo la inestabilidad sociopolítica de la deriva catalana ni de la exhibición en sede parlamentaria de los múltiples escándalos de corrupción, como los Barcenas, los ERES de Andalucía y tantos otros que adornan nuestra imagen exterior. Ni siquiera se le puede acusar de no haber respondido a la pregunta del dopaje pues la justicia española ha actuado como ha querido y las bolsas están ahí. La imagen, la realidad de España, no es responsabilidad de Alejandro Blanco sino de los ofrecen una foto rancia de nuestro país, doblado por toda clase de delincuencias.
Si yo fuera del COI, con esos datos, creo que tampoco hubiera dado mi voto a Madrid 2020, a pesar de que la candidatura como tal era casi perfecta. Y esa casi perfección, esa, sí fue obra de Blanco y de su excelente equipo de profesionales.