El 22 de agosto de 1949 se firmaba, en la Asamblea Magna del antiguo Club Náutico de Gran Canaria, el acta fundacional de la UD Las Palmas. Allí, en aquel histórico lugar los presidentes de los cinco clubes componentes del Campeonato Regional de la isla (Marino, Victoria, Gran Canaria, Atlético y Arenas) se conjuraron y se hermanaron, y de resultas vio la luz un bebé de lozano aspecto que con el devenir del tiempo llenaría de gozos y sombras a sus padres primigenios. Ese mismo año, pero algunos meses antes, el 12 de enero, vino al mundo Antonio de Armas de la Nuez. Casualidades o no su vida siempre ha ido en paralelo a la de la Unión Deportiva Las Palmas. Son coetáneos. No fueron a la misma escuela de milagro; si en cambio recibieron el mismo tipo de educación; esa que habla, que versa de honestidad, de perenne sacrificio, de amistad sin límites, de erguirse cuando uno más apesadumbrado se siente. Antonio y la Udé no se entienden por separado; y eso pese a aquellos que carcomidos por la envidia y la malsana deslealtad han intentado echarlos del camino, apearlos de la ruta escogida desde sus más tiernas infancias. A uno a base de ignominias y celosas descalificaciones a las que él nunca se preocupó de entrar, ni en buena ni en mala lid; a la otra con una hierática Ley Concursal que movilizó y resucitó conciencias ya casi perdidas por y para la causa. Hasta Mefistófeles bramó y gimió en amarillo y azul; y fue bueno por un día. De locos y para locos.
Antonio y la Udé han crecido juntos. Antonio, siendo niño, jugó descalzo cerca del Guiniguada; veinte minutos le bastaron para entender que lo suyo tenía que ir por otro camino; la Udé, primero como infante y ya luego como adulto, se ha hecho y se ha desecho en infinidad de ocasiones. Ora emergida, ora sumergida pero nunca ni desdeñada ni abandonada.
Ambos pasaron la adorable juventud entre olores y aromas susceptibles al encanto y al duende. Amores recién estrenados, de los que por mucho tiempo que pase jamás se olvidan. Luego les ha ido llegando la cautivadora madurez, esa que te ubica en el lugar exacto que por designio te corresponde , esa que les ha llenado de días de vino y rosa pero también de noches de desvelo y amargura. Y ambos, Antonio y la Udé, leyeron a los poetas de la Generación del 27 y a los Simbolistas franceses; también a Cortazar y a Neruda.
Pero volvamos al principio, al momento en donde esta historia de fidelidad mutua tiene su génesis, su origen. Y permíteme, Antonio, a partir de aquí saltar del usted al tú, me será más fácil todo; la incisión que haga con el escalpelo será indolora, lo prometo. Fuera corsé y etiquetas, paso libre a las correntías sensoriales.
Antonio es un niño y como tal se comporta. Su padre, Valentín de Armas, médico de profesión, neurocirujano para más señas, y de los de reputado prestigio (no en vano hay una foto de él en la barcelonesa Clínica Platón), está vinculado profesionalmente al club amarillo, la sempiterna entidad de Pío XII, la purpurada entidad. Son los albores del club como tal. Antonio, cuando sus obligaciones escolares en el Viera y Clavijo se lo permitían, acompaña a su padre allá donde éste va, y mientras lo hace empieza a conocer de primera mano los entresijos de la casa amarilla. Ambos van creciendo juntos, y por delante de ellos, unos pasos tan solo, camina el Dr. de Armas que va guardando fotos, documentos, informes médicos de jugadores,…Sin saberlo, o tal vez sabiéndolo, va induciendo de manera directa o indirecta al hijo a continuar por esa vereda iniciada por él, el de recabar y compilar todo lo que tuviese relación con la Udé. El tiempo fue pasando y el padre dejó su sitio al hijo. De coleccionar los cromos de la época, ¡quién no lo ha hecho!, a bucear en la intrahistoria de la historia, el viaje más apasionante jamás realizado. Orgásmico y orgiástico viaje. Se sabe de donde se sale, nunca a donde se llega. El periplo de Antonio de Armas aún está pleno de vigencia; no es el periplo de Hannón el cartaginés pero en nada le desmerece. La circunnavegación de Antonio está llena de variadas e inesperadas trampas, “recuperar el pasado puede ser más difícil que elaborarlo”, pero él siempre se ha mantenido estoico e indomable ante los contratiempos que le han ido apareciendo, ¡ha habido tantos! Jasón y sus Argonautas, Antonio y sus colaboradores. Los unos tras la búsqueda del Vellocino de Oro; los otros tras las ‘Páginas Amarillas’, tras los trofeos perdidos, tras los jugadores ya olvidados, en la incesante y excitante tarea de buscar, de reunir, de aglutinar todo el pasado y el presente de la Udé, de nuestra Udé, símbolo y emblema de un pueblo en continuo y deseado peregrinaje vital, acervo cultural de unas gentes que se han asido al escudo del club como si les fuera la vida en ello. Recuperar y rescatar, ahí radica uno de los grandes logros de Antonio de Armas de la Nuez. Cronista eterno de la entidad de Pío XII. Con él cerca nunca tendremos ‘Sede vacante’.
Ha publicado siete libros de fútbol: cuatro sobre la historia del club (actualmente sigue trabajando en complementarlos), el libro del cincuentenario, un libro álbum del Diario ‘Marca’, y ‘UD Las Palmas. Orgullo de una antigua herencia’. También ha hecho publicaciones sobre metodología del inglés y traducciones de poetas ingleses.
Hombre afable, serio, formal, educado, versado, incluso diría que novelesco. Su seriedad no le exime de poseer un buen sentido del humor. Es un entusiasta de todo lo que acomete. Para mí, y desde la distancia que ahora preside mi vida es un nauta de los tiempos pretéritos, y como buen marino se le puede ver muy a menudo por el RC Náutico de la capital grancanaria. Seguro que mi madre se habrá topado infinidad de veces con él. ¡Qué dos si se pusiesen a hablar de tal o cual tema! Emma Fuente y Antonio de Armas, ¡qué alguien pare el tiempo, por Dios! Y sobre todo que alguien grabe tal encuentro pues sería Historia pura; así, con mayúsculas.
Licenciado en Filología Inglesa, todo un gentleman de tiempos modernos; conferenciante brillante y pleno de lucidez mental; residente en el histórico barrio de Vegueta, en la denominada calle ‘señorial’, la calle Dr. Chil; pero sin desdeñar ni dejar de lado a su primer amor, Tafira, a la que se escapa con descaro cada fin de semana. Amor de dos sentidos, amor de ida y vuelta, amor de circunvalación, ¿o no, Antonio?
Y a todo esto muchas cosas que se han ido ‘cayendo’, que se han ido perdiendo por el camino: energías, peculio particular, alguna que otra ingratitud mal pagada y nunca cobrada, varias trastadas de gentes que se aprovecharon de su bonhomía. Allá ellos y sus conciencias, si es que las tienen. También se han ido quedando atrás jugadores de leyenda, hombres en el sentido total de la acepción de la palabra. La muerte de Antonio Viera te cogió aún en pañales, pero no la de otros ilustres portadores de la casaca amarilla. Se fueron envueltos en mortajas aderezadas de llantos y lamentos Antonio Afonso Moreno, Tonono, ‘el Omega’, el hombre de los sincronizados cruces, el aruquense universal; se marchó, también cruel y prematuramente, ‘Juanito’ Guedes, el ‘Mariscal’, el zurdo impenitente que telegrafiaba al milímetro los pases a Justo Gilberto, recientemente caído, y a ‘Mamé’ León; se nos murió Rivero, un nueve de escaso recuerdo para los amantes de la estética y la plástica pero bregador y fajador como si de un puntal A se tratara, nada que envidiarle al gran y malogrado Santiago Ojeda. Se nos fueron presidentes de tronío y abolengo como Juan Trujillo Febles, Eufemiano Fuentes, Atilio Ley, Domingo Ponce,…Nos dejaron ateridos de orfandad y desasosiego personal y deportivo personas de un alto sentido de la caballerosidad y la honorabilidad: Jesús García Panasco, el Dr. Emilio Tomé, Roque Olsen, Pierre Sinibaldi, aquel francés de Córcega que se quedó sin ‘sombrero’ en una eliminatoria de Copa tras voltear el Real Madrid un 4-0 traído del vetusto recinto de Ciudad Jardín, el añorado y recordado Estadio Insular. Incluso se fue Fernando ‘el Bandera’ icono de una afición ansiosa por reverdecer viejos laureles. A sus ‘trompetazos’, infames y desaliñados, dos gradas emblemáticas y bullangueras, la curva y la sur, popularmente conocida como grada Fedora, zascandileaban a voz en grito aquello de –“¡hola don Pepito!, -¡hola don José!”; el Insular desmayadito de sensaciones, a punto de la hipertensión emotiva, al borde del paroxismo. ¡Qué tiempos de agradables y emotivos recuerdos! –“¿Pasó usted por mi casa?”, -“¡Por su casa yo pasé!”…
¿Y ahora qué, Antonio?, ahora a por el Museo de la Udé, a por el siguiente reto, el penúltimo de ellos que no el último. La senda ya la has marcado. Desde el pulpito del verbo fácil, desde la atalaya inmensa y desatada de tu prosa pausada y bien definida, esa que te incluye en el selecto grupo de los oradores conspicuos, esa misma prosa que un buen día te sentó a la diestra de José Saramago en los Jameos del Agua (Lanzarote), o que te brindó la impagable amistad de otro hidalgo ilustre, hidalgo de otro tiempo, Nicolau Casaus. Las entrañas del Museo del FC Barcelona tienen cierto aire a ti. ¿Me equivoco?, no, no lo creo.
El arrullo del Atlántico vuelve la prosa poesía para nuestros oídos. El volcán centenario dormita allá arriba, en la caldera de Bandama, acunando cuan vientre materno nuestros sueños y anhelos más íntimos y menos conocidos. El mar te envuelve, el volcán te seduce hasta lo atávico y entre medias la lectura pausada y sosegada, nunca silente, de nuestra historia, la que nos habla de las gestas de nuestros ancestros; los deportivos y no tan deportivos, los egregios y no tan egregios, los recordados, incluso los olvidados. Y ahora que suba al estrado D. Antonio de Armas de la Nuez y nos adentre en un viaje iniciático a través de los sentimientos y los sentidos. Onirismo puro y duro. Yo, al igual que Blas de Otero, pido para él ‘la Paz y la Palabra’. Adelante ‘profesor’, el aula es toda suya; ya sólo nos queda disfrutar, disfrutar y tocar la vida y el mundo de los sueños con la yema de nuestros dedos.
Mi gratitud a Carmelo Pérez Espino (Fundación UD Las Palmas), a ‘Tonono’, Director de Captación y Formación de la UD Las Palmas y a Cristóbal Correa, un ex de la Udé, un amigo de la infancia, de su infancia; sin ellos esto no hubiese visto la luz de esta manera. ¡¡¡Gracias!!!