La aberrante gestión económica de algunas entidades ha obligado al fútbol español a revolverse hacia su interior y buscar en la base los productos autóctonos que no puede adquirir fuera. Ahora, nos encontramos con un discurso envejecido y falso que pone de moda la ausencia de dinero. Hasta los más recalcitrantes en el uso de la billetera aplauden esa mirada a la cantera, de reojo y obligada. Ejemplo de incoherencia.
Estos mismos dirigentes que ahora ensalzan el fútbol base son los mismos que le niegan a esas categorías inferiores unos horarios que no colisionen con sus partidos del fútbol profesional. No son capaces de proteger las canteras y de poner precios asequibles y encontrar el hueco preciso para que no coincidan con el fútbol grande, de tal manera que los aficionados puedan seguir también estos partidos. Quizá no han comprendido todavía que sin el fútbol territorial no habrá estrellas nacionales y las que puedan destacar se irán a la “movilidad exterior”, llámese Premier, Mónaco o Rusia. Nunca les ha importado la cantera porque no era su negocio.
El buen dirigente debe mimar el deporte base como semillero de futuro deportivo y económico así como saber valorar el momento oportuno de abrir las puertas de los más jóvenes al primer equipo o a un buen traspaso. A veces, andan tan perdidos como necesitados y cometen errores que pagan los accionistas o, si se acogen a la legislación concursal, se descuentan a los acreedores. No hace falta esperar a vivir en la indigencia para regar las canteras del mismo modo que ser rico no implica ser un buen gestor. Hay quien gasta sin sentido y vivimos ejemplos de acaudalados pudientes que pierden cientos de millones cada año. Los reponen con sus fortunas personales o empresariales o le echan el muerto a la ingeniería financiera. No son objeto de este artículo.
De nada vale presumir de cantera si no se crean estructuras y métodos para potenciarlas y convertirlas en fuentes de ingresos. Ser un buen gestor resulta tarea complicada. Despilfarrar lo ajeno es bastante más sencillo. El límite vive entre el error y el fraude. A veces, el mejor gestor es el entrenador pero nunca se le reconoce.