Hablar bien de directivos de clubes resulta complejo pero algunos me han ganado el corazón. Me ocurre con Enrique Cerezo, persona de bondad, buen carácter, volcado con el Atlético, hombre afectuoso siempre dispuesto a ayudar. Me sucede con la familia Gil. Con el padre, las tuve de todos los colores pero prevalecieron el respeto, el cariño y la comprensión: amistad. Miguel Ángel aprendió mucho y rápido. Ejecutivo a tiempo completo que sabe muy bien lo que hace.
El Atlético es un club maravilloso, dotado por Dios de una afición espectacular. Sufre, disfruta, siente. Neptuno, como los españoles, vive al día y genera un sentimiento incomparable. Ser del Atleti implica un estado de felicidad que acepta la derrota como parte del juego. Requiere ser rico de corazón. No vale cualquiera.
Cuando las cosas se torcieron, oímos gritos durísimos contra el palco. Ahora, cuando triunfan, nadie los mira. Por eso, quizá contra corriente, quiero agradecerles lo que han hecho por el club y por el fútbol, desde 1992, cuando pusieron lo que nadie puso, hasta hoy que festejan Copas de Europa.
Siento especial cariño por Enrique Cerezo, presidente representativo de los valores rojiblancos, hombre de palabra y de honor, y por Miguel Ángel Gil, hijo prudente de un irrepetible huracán. Quiero aplaudir hoy a quienes nadie aplaude. Dice Antonio Álvarez, mi querido Chaplín, paseando por las arenas celestiales de Chiclana, que ambos son responsables del Atleti, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Felicidades rojiblancas, que pintan el alma y el mar, como Juan Pablo Colmenarejo, grafitero de honor y copero…del Asador Donostiarra.