19 Jul, 2013

David Villa, la ilusión del gol.

Desde que se inició en el fútbol, fue una máquina generadora de ilusiones. Brilló en el Sporting, a las orillas del Piles y del Cantábrico, siempre a la sombra alargada y sabia del “Brujo” Quini, y emigró a Zaragoza por tres modestos millones de euros. Luego, por doce millones, lo compró el Valencia y allí se destapó como lo que es, un ariete, un estilista del gol, un hombre de pases a la red.Con Villa en Saint Denis.

Lo quiso el Real Madrid en 2008, y llegó a cerrarse el acuerdo con su representante, por cuarenta y ocho millones, en un reservado del restaurante De María. Al final, se quedó dos años más en las orillas del Turia y el Barça de Guardiola lo fichó por treinta y cinco millones. Lo esperaban otras orillas, las del Llobregat y las del Mediterráneo soleado.
Ganó la Eurocopa de 2008 y cuajó un Mundial espectacular en Sudáfrica. Me hizo sufrir con sus postes y sus dianas lejanas y disfruté con sus carreras a las bandas para festejar los goles. Goles como soles. Campeón del Mundo con sus tantos  decisivos y su fútbol incontenible, cuando traza las diagonales o escapa a las espaldas de sus marcadores.

David Villa llegó el lunes a otras orillas, las del Manzanares, que lo recibieron como un héroe. “El Guaje” se ha convertido, otra vez, en la estrella rojiblanca, resucitó la camiseta del viejo Sporting y disfrutó de veinte mil personas en las tribunas durante su presentación. Es el mayor goleador de la historia de la Selección Española y un hombre lleno de bondad; alma de niño, corazón de pantera.

Hijo de un minero y de la Tuilla verde y gris de mi Asturias, patria querida, Villa tuvo que picar mucho carbón para que se reconociesen sus méritos y el fútbol mundial corease su nombre. No importó que una grave lesión lo dejara sin la cita de Polonia y Ucrania del pasado año. El Guaje ha vuelto para coronarse en el “Vicente Calderón” y llenar de alegrías las alforjas de los que aman al Atlético de Madrid. Enrique Cerezo y Miguel
Ángel Gil han acertado de lleno. Será espectacular volver a verlo acariciar la gloria con sus colores de siempre, el rojo y el blanco, y su máquina de fabricar ilusiones.