9 Oct, 2013

Defensa de Cátedra de Comunicación y Política Internacional del Dr. Peredo Pombo. Universidad Europea de Madrid.

Con José María Peredo“Aunque vuestra numerosa concurrencia siempre  me ha parecido sumamente grata y este lugar el más digno y honroso para un orador, sin embargo, no mi propio querer sino la norma de conducta que me había trazado desde mi juventud, me cerraron hasta hoy esta puerta hacia la fama”.

He tomado prestado de Cicerón esta pequeña parte del exordio de su Discurso titulado “En defensa de la Ley Manilia” para iniciar la exposición de mis méritos ante este Tribunal y optar a la Cátedra de Comunicación y Política Internacional propuesta por la Facultad de Artes y Comunicación cuyo contenido y sentido académico expondré antes de referirme a aquellos y después de agradecer a los miembros del Tribunal su presencia hoy en este acto.

Al esmerarme estos días en adaptar las palabras del célebre orador romano a mi propósito, me he topado desde este principio con la primera evidencia de la dificultad que conllevaba escoger tal fórmula para intentar dotar de cierto talento a esta modesta reflexión. Porque en el segundo párrafo del discurso explicaba Cicerón: “no atreviéndome antes a ocupar esta tribuna tan autorizada y convencido de que aquí solo cabía presentar obras acabadas, que fueran fruto del talento y estuvieran expresadas con esmero, creí un deber consagrar todo mi tiempo a las necesidades de mis amigos.” Pues bien. Ya les anticipo de que si alguna de mis escasas cualidades pudiera por un momento parecer notable a este Tribunal, o sobresaliente a alguno de sus miembros, no atribuyan el motivo de tal percepción al largo tiempo que he dedicado a mis amigos si no a la paciencia que han consagrado ellos en la atención de mis necesidades.

Así que antes de continuar, quiero agradecer igualmente a mis compañeros su concurrencia hoy en este acto y su permanente ayuda y cariño. He utilizado este discurso en mis clases para que mis alumnos descubrieran las virtudes de su estructura y para trasladar el aprendizaje de los jóvenes al pasado lejano y presente de la Edad Clásica, donde se sitúan los fundamentos de la Retórica. El conocimiento científico de esta ciencia y el sentido político de su arte práctico nos han reunido a ellos y a mí en las aulas que hoy nos acogen, con el común afán de mejorar las circunstancias de nuestro entorno utilizando la palabra y su capacidad persuasiva para dar la voz a quiénes no la tienen.

Lo he escogido además porque se trata de la primera intervención política de Cicerón dirigiéndose al Senado y al Pueblo desde la tribuna pública de los oradores y finalmente lo he escogido por su temática y contenido. A saber: ante el hostigamiento que Mitrídates, Rey del Ponto, y su aliado Tigranes, ejercían sobre las provincias orientales de Roma en el año 67 a.c., el Tribuno Gayo Manilio propuso una ley que concediera a Pompeyo el mando sobre los ejércitos de Asia, Bitinia y Cilicia sin límite de tiempo que se sumaba a los poderes que una ley anterior, la Gabinia, había otorgado al conquistador para que con el mando sobre los mares y las costas sometiera a los piratas cilicios que interferían en el comercio y los intereses de la república. A tal acumulación de poder se oponían algunos patricios en el Senado representados por Hortensio, rival de Cicerón, y apoyaba el pueblo de Roma, cautivado entonces por los logros militares de Pompeyo. (DIAPO 1) Con la ayuda de las palabras de orador, el conquistador obtuvo el mando sobre aquellas provincias situadas en un territorio muy cercano al lugar en el que los Mitrídates y Tigranes actuales combaten entre los soldados del ejército sirio y los rebeldes del Ejército Libre de Siria, entre el chiísmo y el sunismo musulmán, las potencias regionales de Oriente Medio, Hizbullah y Al Qaeda, los intereses de las potencias emergentes, el odio y la codicia, Estados Unidos y la sociedad internacional.

Cicerón persuadía a los responsables políticos y a los ciudadanos sobre la conveniencia de tomar una decisión que pusiera fin a los desmanes y que de paso fortaleciera los intereses de sus partidarios y naturalmente su imagen pública. En los capitolios del poder en el año 2013 d.c. los dirigentes debaten sobre la conveniencia de una intervención en Siria, su legitimidad y sus consecuencias. Para valorar con acierto y solvencia cuál es la mejor decisión, toman en consideración, los planteamientos de los militares, las interpretaciones de los analistas y los relatos de los corresponsales. Y concitan la atención de la opinión pública y de los ciudadanos, ahora también, los vídeos You Tube, que proyectan macabras atrocidades que nos trasladan desde el siglo XXI hasta los orígenes de la barbarie. De entre todos los argumentos considerados, tres de ellos prevalecerán sobre los demás: la victoria, el interés y los efectos en la opinión.

Legitimado por las instituciones romanas, Pompeyo combatió de manera violenta y seguramente indiscriminada para defender una civilización que se construyó sobre los pilares de la ley, de la superioridad de su estructura militar y de la expansión de sus instituciones hacia territorios políticos transfronterizos y culturalmente diversos. Sobre aquellos entornos, Roma proyectó los avances de su cultura entre los cuáles destacaron, por cierto, las artes y la comunicación. Así como la firme convicción en la eficiencia de la razón como motor del aprendizaje. Y con sus victorias también expandió las limitaciones de la concepción romana sobre la naturaleza del ser humano lo cual derivó en la esclavitud y la discriminación de los semejantes.

La civilización global que, según algunos teóricos de la política y la mayoría de los especialistas en comunicación, emerge en nuestros días, nace habiendo consolidado importantes avances en su concepción del ser humano y en la definición y protección de sus derechos. Sin embargo, tales reflexiones y avances no han conseguido derivar en el respeto global por la diversidad, la libertad de la persona ni en el entendimiento entre los pueblos. Mientras la guerra y la comunicación han cruzado los límites territoriales desde los orígenes de nuestra civilización y continúan traspasando las fronteras digitales de nuestra era, el mensaje quizá más universal de la historia, el de la paz, no ha conseguido emitirse con claridad a través de ningún canal ni ser interpretado por igual en las diferentes culturas, estados e imperios.

Para Esparta la paz era la preparación para la guerra, para Roma la dominación, para el Islam la sumisión; para los Absolutismos (1492-1648) la paz consistió en la expulsión de la discrepancia, Gran Bretaña la identificó con la supremacía; Bismarck con el equilibrio y la alianza secreta. Para los totalitarismos la guerra era la paz. Y para muchos políticos bienintencionados, desde que la guerra devino en mundial, la paz reside en el resultado de un debate entre la intervención y el aislamiento.

A principios del siglo XXI, la Comunicación y la Política Internacional convergen por fin en la necesidad de crear un nuevo paradigma en las relaciones internacionales que sea capaz de propiciar el progreso y construir la paz. A este paradigma le hemos denominado globalización. Su poder de atracción ha llegado a concitar el interés académico de prestigiosos psicólogos como el Director del Centro de Neurociencia Cognitiva del MIT, Steven Pinker, que publican volúmenes de 1000 páginas para intentar convencernos de que Los ángeles que llevamos dentro se han impuesto a los demonios que condujeron a la humanidad por el camino de la violencia y la crueldad. No parece exagerado en mi opinión plantear como hipótesis de trabajo en esta área de conocimiento, el hecho de que no es imposible, que nos encontremos ante un cambio civilizatorio. Pero resulta poco probable que tal cambio genere un progreso sostenible si no incorpora una dimensión humana a la tecnología y un espacio global a las libertades, al desarrollo y a los
derechos.

Entre los años 67 y 66. A.c. Pompeyo venció a piratas cilicios, rebeldes hostiles, tiranos altivos y ejércitos enemigos. Sus victorias y el devenir de la historia integraron y mantuvieron Cilicia como provincia de Roma y años después Octavio Augusto otorgó a sus habitantes la ciudadanía. Tarso era su capital. En ella nació al poco tiempo y con tal condición un judío llamado Saulo a quien el rayo de Dios hizo caer de su caballo, camino de Damasco para convertirle en Apóstol y Santo. En la carta que dirigió a los Gálatas, Pablo escribió un mensaje de menos de 140 caracteres en el cual afirmó: “no hay judíos ni griegos, hombre ni mujer, libre ni esclavo. Todos somos uno en Cristo.”

La incompetencia tecnológica de mi fe, me ha impedido abrir mi corazón para comprender la profundidad cristiana del tuit de Pablo, aunque en compartir su mensaje me esfuerzo cada día. Pero mi espíritu si ha captado la inspiración igualitaria, liberadora y fraternal que tal afirmación significaba entonces y aún en nuestros días refleja. Siempre me ha parecido que el mensaje cristiano propicia el progreso de la libertad individual y que ésta fundamenta la construcción de la paz entre los pueblos. Estoy convencido como cristiano de que es un camino firme. Pero estoy persuadido como liberal de que no es el único de los caminos posibles. La paz es una palabra universal cuyo significado no ha sido entendido de manera común en la historia de las culturas y los pueblos. Si yo en un futuro tuviera que asumir la orientación y el mando de esta Cátedra y pusiera mi palabra al servicio de alguna forma de progreso, de alguna idea, de algún proyecto global éste no sería otro que el de trabajar por la paz. Conquistarla, defenderla y propiciarla.
Muchas gracias.