Llegamos al estadio Loftus Versfeld escuchando la radio. Los narradores en lengua zulu nos iban informando de la segunda parte del Brasil-Portugal. En la lengua zulu, gol se dice laduma. Como no escuchábamos tan bello vocablo, dedujimos que seguían empatados a cero y así fue como, sin saber su idioma, comprendimos que el fútbol
se transmite por las sensaciones, por los sentidos, por las emociones, por el ritmo de una voz, por la cadencia de sus vibraciones. Así que pensé en aprender algunas palabras más que otro día les contaré. Porque ésta es una noche feliz, que llena de ilusión y de alegría las calles de una país volcado con su equipo nacional. Vimos
una selección convencida de ganar, consciente de la calidad del rival, unida en torno a un objetivo común que se cumplió a ratos pero, especialmente, cuando más falta hizo, en el tramo final del encuentro. Unidos por el balón.
Pretoria se dice Tswhane en la lengua autóctona y quiere decir “la ciudad unida”. España se siente así en torno a un idioma común, que es el fútbol. Se enfrentaban dos rojas, una de natural y otra de maquillaje azul y pantalón blanco pero las impresiones resultaban similares. Lo dijo Fernando Hierro en las vísperas, que el que marcase primero tendría una enorme ventaja. Como si fuese una obligación, España lo hizo dos veces. Todavía me veo en la necesidad de restregarme los ojos para repasar el golazo de David Villa. El Guaje, el 7 de España, se benefició de una galopada en la presión de Fernando Torres y mandó el rechace del portero al fondo de la portería chilena. Hasta Neruda le hubiera escrito una canción desesperada cuando el asturiano, descendiente directo de Don Pelayo, sacó un guante de la bota izquierda y clavó el balón en la red como quien hace un sombrero durante un entrenamiento.
Sin hacerse esperar, apareció el prodigio de Iniesta y marcó una diferencia que se antojaba inalcanzable. Yo miraba a Marcelo Bielsa, el “Loco” Bielsa, con esa mirada inyectada en sangre pidiendo a sus jugadores un esfuerzo más, un poquito más y más y más…Bielsa me maravilla por muchas cosas, sin ir más lejos, por sacarle un rendimiento excepcional a una plantilla que no pasa de progresar adecuadamente mientras el argentino les exige sobresaliente. Fueron duros, peleones, presionaron hasta la extenuación, aún con diez, y marcaron su listón físico en los umbrales de la perfección. España no derrotó a una selección derrotada sino a un equipo sabedor de
su potencia, de su poderío físico y táctico, muy bien trabajado, muy bien armado, luchado al límite y al que la Roja de Europa dejó sin gol, salvo en un rebote en Piqué que hizo inútil la mirada de todos.
Nos espera Ciudad del Cabo, en los extrarradios del continente africano, con Portugal, vecino extraordinario, unido a nosotros, “tswhane”, por la candidatura ibérica, por las fronteras borradas y por la historia. Nos enfrentaremos a un país colindante y hermano, plagado de futbolista de élite, bien guiados por la mano fergusoniana de Carlos Queiroz, y nos jugaremos la partida a una carta; el que pierde, paga y paga con el billete de regreso a la península ibérica, que parece un precio muy alto, tanto como el que tendrán que abonar Inglaterra o Alemania y otras selecciones de nivel.
Me voy de la ciudad gubernamental sudafricana, dejo la estatua de Paul Kruger atrás, el hombre que se empeñó en proteger a los animales de marfil del peligro de los hombres, dejo atrás el Palacio de la Unión y su rica historia de guerras y paces, de luchas por las
libertades, como la propia República que nos acoge, testigo de la gran batalla por la democracia y la igualdad entre los hombres de cualquier raza y color. Me voy de la ciudad de los pretores después de dialogar con Michelle Bachelet y conversar a velocidad de vértigo sobre la democrática realidad de Chile. Me voy de Pretoria con la
satisfacción de observar que La Roja hizo sus deberes, cumplió con el maestro y con el libro y se presenta con humildad en los octavos de final de la Copa del Mundo.
El alma de España mide esta noche 105 por 70, como los metros del Loftus Versfeld, como los sueños cumplidos de millones de españoles que no queríamos despertar sin saber que nuestro destino era la Ciudad del Cabo, allí donde el mar, que es uno sólo, se convierte en dos, Atlántico e Índico, en esa punta desconocida llamada Cabo de las Agujas, algunos kilómetros más allá del Cabo de Buena Esperanza, de esa buena esperanza que abandera España. Hagamos las maletas para respirar el océano de los octavos y que los narradores de la radio en su lengua zulu digan laduma en beneficio de La Roja. La Roja de España. Sería un placer.