En las vísperas del partido más importante de la historia, como bien ha remarcado el capitán, Iker Casillas, conviene efectuar una reflexión, tal vez breve pero intensa y profunda, sobre el papel desarrollado por Fernando Torres en los últimos meses. Tras sufrir una dura lesión, su periodo de recuperación se pronosticó en los límites de la participación en el Mundial. Torres ha sido un futbolista ejemplar desde que se inició en las escalas inferiores del Atlético de Madrid, club que le catapultó a la fama internacional. Jamás se le ha escuchado una palabra más alta que otra y su única poreocupación ha sido la de estar disponible para su entrenador y jugar allí donde fuese requerido, en el área, a la izquierda o a la derecha. A cuantos rodeamos el mundo del fútbol, y especialmente de La Roja, nos consta el grado de esfuerzo que Fernando tuvo que hacer para llegar a la Ciudad del Fútbol Español el pasado 24 de Mayo, recuperado y listo para para ponerse a las órdenes de Vicente Del Bosque. Torres se sometió a largas y durísimas sesiones de recuperación, sesiones de siete y ocho horas diarias, en ejercicios y máquinas, durante su estancia en Liverpool, con objeto de estar a punto para defender la camiseta de la Selección. Hizo un esfuerzo superlativo, en el silencio de los gimnasios y de las clínicas, en el silencio de las conversaciones con los médicos y los fisioterapeutas, en el silencio de su intimidad, consciente de su importancia para el equipo nacional. Si no llegaba a tiempo, Torres no quiso jamás que fuera por culpa suya.
Llegados a este punto, con el Mundial a la vuelta de la esquina, se sometió a controles y pruebas con los servicios médicos de la Selección, con los que estuvo en permanente contacto y alcanzó, así, en ese silencio que sólo quien sufre sabe valorar, el punto preciso para colaborar con su fútbol al éxito de España en Sudáfrica. Su trabajo en Austria, en el valle de Montafon, resultó extraordinario, lleno de ilusión y de horas y horas de trabajo en solitario mientras sus companeros disputaban partidos y entrenamientos.
A Fernando Torres se le ha censurado y criticado, desde la ignorancia y la incomprensión más dolorosas, sus actuaciones en el Mundial exclusivamente porque no ha marcado goles. Todavía. Y digo todavía porque la hora de Torres llega en cualquier minuto. Pero mientras eso sucede, su dedicación y su esfuerzo por llegar, por marcar, su labor ingrata de perseguir defensas, de buscar los desmarques de apoyo y de ruptura para fijar a dos defensas o arrastralos con él y liberar espacios para otros companeros, siguen mereciendo nuestro más sincero y cálido elogio o, lo que es lo mismo, nuestra más intensa gratitud.
Por su compromiso para venir, por su esfuerzo para trabajar, por dejarse la piel en cada partido para ayudar a sus compañeros, con el mérito y el éxito y la importancia que todos ellos saben que tiene para el colectivo, Fernando Torres se ha ganado a pulso el aplauso de las personas que, en verdad, saben de fútbol y conocen este mundo. El Niño ha marcado goles importantes en otras competiciones y en otras fases y nos regaló un golazo para la historia en la final contra Alemania disputada en el Práter vienés. Los jugadores como Torres no generan dudas porque mueren por la casaca de su país, porque tiene la calidad y el coraje necesarios para llevar el 9 de España, que lucieron desde Zarra y Di Stéfano hasta Quini, Santillana o tantos otros. Dudar de Torres implica dudar del equipo y este equipo se ha metido entre los cuatro mejores del mundo con Fernando Torres. Con los demás y con Fernando, que es uno más de esta plantilla maravillosa, dirigida por Vicente del Bosque y capitaneada por Iker Casillas, la referencia del fútbol espanol y el mejor portero de los últimas décadas.
Declaro y proclamo mi fe ciega en Fernando y espero y deseo que pueda lucir ante los ojos del mundo, como lo lleva haciendo casi diez temporadas en el firmamento de las mejores estrellas. Como futbolista y como persona, Torres lleva el 9 a la espalda pero se merece un diez. Por eso, me gustaría volver a verlo sonreir. Será la sonrisa de todos los que sentimos esta Selección, representativa de un sentimiento global y colectivo.