Cuando un hombre va cumpliendo años, corre el riesgo de ver morir a sus amigos, a sus seres queridos. Chus y Paco estaban en el principio de sus setenta años, una edad adecuada para vivir y para disfrutar de una madurez ganada a pulso. Dijo Tagore que no llorásemos por las noches la marcha del sol porque las lágrimas nos impedirían ver las estrellas. Estos días, todavía herido por el fallecimiento de mi entrañable Rafa Hernanz Angulo, dolor que tardará en irse si algún día se va, me llegan las ausencias de Pereda y Real.
De Chus, a quien conocí y traté muchísimo, guardaré siempre su eterno buen humor, su sabiduría de fútbol, su honestidad, su capacidad interminable para recordar y revivir las jugadas y los partidos, su simpatía y su cariño. No lo vi jugar salvo en algunos videos viejos pero, quienes compartieron la hierba con él, me explicaron que era bueno, que tenía visión de juego, técnica y buen disparo, es decir, gol. Fue un héroe del 64, cuando yo apenas tenía cinco años, y para mi carrera resultó un maestro de las cosas que habían pasado, un libro abierto en las páginas de la historia del fútbol de mi niñez. “¿Cómo te acuerdas de ese futbolista, Gaspar, si eras un renacuajo?”. Y yo siempre le respondía, “me acuerdo de él por los cromos, Chus, por los cromos”.
En la Federación y en la Selección, Chus dejó su bondad infinita, su humildad, su compañerismo, su hombría de bien. Perdemos un amigo, un deportista de altura, un futbolista campeón y un ser humano extraordinario.
De Paco Real, aunque lo traté menos, puedo decir que fue una relación más intensa la que vivimos en aquella época en la que se hizo el amo del Valencia. Entrenador desde la base al primer equipo, recuerdo una noche con Arturo Tuzón, otra ausencia extrañada, en Sevilla, hasta altas horas de la madrugada en los sillones del hotel. Con Paco viví en Valencia jornadas largas, sobremesas entre Las Arenas y La Malvarrosa que acababan con las puestas de sol y el fútbol como protagonista. Paco Real debía de ser familia del murciélago que luce el Valencia en su escudo porque respiró su sentimiento valencianista hasta que Dios se lo permitió. Cerca de cuarenta años en una casa tan bella, de Paterna a Mestalla y volver, siempre pensando en su club, en su razón de vida…
Añoro los tiempos de las conversaciones con ambos, lloro sus ausencias sin que las lágrimas me impidan contemplar el brillo de sus carreras, verdadera estrella en el caso de Chus, de sus bondades, de sus ejercicios de bienhechores… Lo malo de cumplir años es que corres el riesgo de ver morir a tus seres queridos hasta que, un día, ellos te vean morir a ti.