Leo Beenhakker está, con Miguel Muñoz, en el Olimpo del madridismo. En
tres años, ganó tres ligas, una Copa del Rey y una Supercopa. Jugó tres
semifinales seguidas de la Copa de Europa. Su equipo hacía
fútbol-espectáculo. Hoy, es una enciclopedia del fútbol que respira
fuerza, vida y ganas de seguir en la brecha. Un sabio. Un inmortal.
Madrid. Gaspar Rosety.
-Vivió la época de oro de Ramón Mendoza y la Quinta del Buitre.
-Yo me llevé siempre muy bien con don Ramón. Mendoza era un genio, un
superclase, un hombre muy inteligente. Lo recuerdo con mucho afecto, una
persona muy positiva. Los jugadores eran como sus hijos. Le costaba mucho
prescindir de alguno. Yo también quería mucho a “mis niños”.
-¿Por qué se marchó con tan buen palmarés?
-Quería regresar un tiempo a Holanda. El trabajo fue muy duro y los tres
años que estuve trabajamos muy fuerte. Mi vida era 100% del Real Madrid.
Vivía a cincuenta metros del estadio. Alcanzamos el máximo nivel en el
segundo año y hablamos para renovar la plantilla. Luego, llegó el gran
Milán y nos ganó. Eran mejores.
-¿Es difícil renovar un equipo?
– Cada dos años, se necesitan dos o tres caras nuevas. Cuando Ferguson ve
que un jugador se relaja sólo un poquito, va fuera. Es difícil porque son
hombres que todavía juegan bien y hay buena relación con ellos. Ferguson
decía que siempre puedes querer a un jugador pero no enamorarte de él.
Cuando te enamoras, te cuesta mucho despedirlos. Yo quiero a Gordillo pero
si estoy enamorado de él jamás podría venderlo. Me tocó decir adiós a
Santillana, una institución: “Santi, perdóname pero tengo otro que está
mejor”. Y a Camacho, el mejor capitán que tuve en mi carrera: “Oye, Jose,
lo siento pero tengo otro que da más rendimiento al equipo, que está más
vivo”. Con Juanito, lo mismo. Mendoza, como diría Ferguson, estaba un poco
enamorado de sus niños. Yo lo entendía a él, era un hombre fantástico, una
persona diez. Cuando volví en 1991, como director técnico, me dijo que
había que renovar el equipo. Hablé con Klinsman, me reuní en Milán con él
y, cuando llegó la hora, le dije: “Presi, Klinsman está hecho, sólo tienes
que firmar y pagar”. Ni firmó ni pagó. “No quiero cambiar, no quiero dejar
fuera a mi niño (Butragueño).” La semana siguiente había quedado con
Cantona y me imaginaba a aquella pareja de blanco y en el Bernabéu. Era
complejo renovar el equipo. Eso sí, que nadie me hable mal de Mendoza
porque conmigo se portó siempre fenomenal.
– Tuvo una plantilla complicada. ¿Como hacía para entrenar a aquellos
jugadores?
– Hay que conocerlos. Jamás tuve problemas con ellos. El trato
profesional, técnico, solo es la mitad: la otra mitad, es conocimiento del
grupo y relación humana. Una noche, nos fuimos a cenar Bern Schuster y yo,
después de un partido, con nuestras mujeres. El estaba preparado para
separar lo personal y lo profesional. En la cena yo era Leo. Al día
siguiente, dijo “buenos días, míster” y entrenó como uno más. Siempre
respetó mis decisiones, los cambios, todo. Cada jugador tiene su
temperamento. Juanito tenía fama de conflictivo y, en cambio, resultó
fantástico. Así fue con todos.
– Y cuando decidió sentar a Butragueño…
– Dí la charla, la alineación y Emilio guardó silencio. Imagina la escena.
Era su primera suplencia. Entonces, se acercó Michel y me dijo al oído:
“Joder, míster, qué cojones, ¿no?” Era una cuestión táctica de aquel día.
No lo jubilé. Aquella noche, ganamos al campeón de Europa.
– Buena relación. ¿Esa es la clave?
– Es el calor y el respeto que implica la relación entre jugador y
entrenador. Siempre podían hablar conmigo. De lunes a viernes, la puerta
estaba abierta, en el vestuario y en mi casa. Después del viernes, yo
tomaba las decisiones. ¿Me entiendes? El equipo tuvo la grandeza de
aceptar mi responsabilidad. Algún lunes hemos discutido, por supuesto. Así
creamos un ambiente ganador, un auténtico equipo y todos estábamos bien
con todos.
-Los hombres se ven en las dificultades.
– Sí. Recuerdo, por ejemplo, que jugábamos en Vigo y cuando íbamos a
aterrizar nos dijeron que habían cerrado el aeropuerto por viento
huracanado. Santillana estaba verde, tenía un miedo impresionante a los
aviones. Volvimos a Madrid y Manuel Fernández Trigo había preparado la
única solución, el coche-cama. Viajamos toda la noche, el tren paraba en
cada pueblo, todo el mundo roto, agotado, llegamos al hotel, desayunamos a
las once, el partido era a las cinco y Camacho pidió dirigirse a la
plantilla. “¿Estáis cansados, no? ¿Y qué? ¿El equipo va a pagar porque
alguien esté cansado? Estamos rotos y muertos pero no vamos a perder. Que
lo tenga claro todo el mundo, que no vamos a perder, ¿vale?”. Jugamos un
partido horrible y ganamos 0-1. El mensaje fue claro: nadie puede fallar.
Un equipo grande conlleva un proceso. La estructura del club, la
organización, todo debe girar en torno al equipo. Camacho era enorme.
Algunas veces me decía: “tranquilo, mister, de esto me ocupo yo”. Somos
grandes amigos.
– El fútbol ha cambiado mucho.
– Ha mejorado la preparación física, la alimentación, la investigación, la
psicología, los aspectos técnicos y tácticos, todo ha evolucionado. Se ha
visto con el Barcelona de los últimos años y sus rivales. Todos han
querido jugarle al contragolpe. Ahora, buscan otras armas, le aprietan
mucho más y el equipo, siendo extraordinario, también empieza a tener sus
problemas para salir y crear juego. Le pasó con el Bayern y, alguna vez,
con el Madrid pero lo que hizo Guardiola con el Barcelona es de otro
mundo, la verdad. Ahora, los alemanes siguen ese camino. El Dortmund lo
hace. Alemania reinará los próximos cinco años.
-El Real Madrid es número uno en el mundo. ¿Presión insoportable?
– También la había en mi época. Basta con saber manejarla. Nosotros
estamos para dar resultados y jugar partidos impresionantes para la gente,
es nuestra labor. Se necesita el apoyo de la entidad. Siempre tuve la
suerte de trabajar con gente del club. Mendoza ha sido un padre para el
Real Madrid. Todo cuanto necesitábamos para jugar bien, para entrenar
bien, para prepararnos bien, lo había. Todo el mundo estaba pendiente del
equipo. Este ambiente es el que falta ahora, se nota también en Holanda y
en otros países. Antes había gente de club de toda la vida, ahora todo
está más pendiente del negocio. Es más frío. En aquella época Mendoza,
con Fernández Trigo, López Serrano y Juan Antonio Samper manejaba el club
a diario. Vivíamos en el club. Ahora, no.