Suele decirse, con ánimo descalificador, que la liga española es una competición a la escocesa. Mientras que en las orillas futbolísticas del lago Ness se reparten el botín el Celtic y el Rangers, aquí lo distribuyen históricamente el Real Madrid y el Barcelona. Sin embargo, observando las ligas más poderosas, Inglaterra, Alemania, Italia, Francia, Argentina o Brasil, la nuestra es la mejor.
Reducir a dos grandes favoritos las opciones de un título no desluce su calidad. ¿Acaso deberíamos hablar también de una Champions a la escocesa ante la etiqueta poderosa que lucen con orgullo el Madrid y el Barca y la ausencia de rivales de tronío? Si analizamos los últimos años, entre los dos escoceses de España se han llevado más de media docena de Champions a sus vitrinas. Es frecuente, además, verlos ganar la Copa del Mundo FIFA, o Mundial de Clubes, como ayer, y entre los dos aportan más de la mitad de los 23 Campeones del Mundo de Suráfrica 2010, lo que dice mucho también del trabajo de las federaciones territoriales.
No describamos como negativo lo que da valor a nuestro fútbol. Las estrellas de hoy han encontrado en su infancia y adolescencia campos donde jugar, botas, ropa, monitores, entrenadores, médicos, nutricionistas, escuelas de fútbol, apoyos educativos, técnicos, tácticos, físicos y psicológicos. Lo que hoy parece normal, no existía hace treinta años.
Las dificultades residen en aspectos legislativos, económicos y laborales. Lo único que me recuerda Escocia es lo del monstruo. Aquí podríamos ponerles varios nombres a monstruos muy humanos. Así, sí seríamos algo escoceses. Seguramente, muy escoceses. Imagínenlos con la falda, el tambor y la gaita. ¿Una sonrisa?