La Selección es la fábrica de los sueños. Sin embargo, con eso no basta. Entraña también un espejo para la sociedad, la imagen de un país que quiere ganar las batallas cotidianas, que se prepara para luchar cada mañana y se pone en el traje de faena con ilusiones colectivas cada vez que sale el sol. Un puñado de chavales que hace seis años no ganaban Eurocopas ni Mundiales nos dieron la lección de buscar nuevas oportunidades y trabajar conjuntamente con un espíritu generoso y sacrificado. Superaron sus diferencias domésticas y situaron la bandera de España por encima del mundo mientras se ponían el mundo por montera. Nunca miraron atrás para buscar culpables. Lanzaron la mirada valiente al horizonte y se empeñaron en llegar al otro lado de aquella raya que separa el cielo del mar; ganar o perder.
Actúan juntos, prudentes y discretos, se preocupan por la situación del país y se sienten activo importante del Estado, lucen su escudo y abrazan un himno común. Escaparon al paro juvenil y se ofrecen como ejemplo para la juventud intranquila: la oportunidad siempre llega. Son el taller donde se tejen las ilusiones.
Estos chicos se intercambian el brazalete para que todos lo disfruten y se sientan capitanes. Merecen un estudio sociológico y la reflexión política. Es el ejemplo de la fe que debe generarse cuando vienen mal dadas. La Selección representa la serenidad entre las ansias, la esperanza en la tormenta, el amor por el país de todos.
Decía Mario Benedetti: “Es tan lindo saber que usted existe…”. Permítanme que tome prestado el verso del poeta mientras Italia, y ella, alertan sus fusiles.