El fútbol siempre encierra una colisión de opiniones, un choque de criterios. Unos ejercen la dirección y la administración de las entidades, otros llevan a cabo la difícil tarea de asumir sentimientos, otros se ven obligados a juzgar a través de los medios; pero todos gozan de opinión y, algunos de ellos, no todos, parecen tener criterio. Cada uno agita su responsabilidad y fija posiciones deportivas, económicas, sociales y sentimentales. Todos quieren imponer su postura.
El fútbol se ha sustentado en varios modelos jurídicos y financieros y en todos han coexistido estas tendencias de expresión. Los directivos, la afición y los periodistas nunca se equivocan o, al menos, les cuesta reconocerlo. Sin embargo, las claves del éxito suelen llegar desde el acercamiento y el dialogo, casi nunca desde el enfrentamiento. Los problemas no se originan en los modelos sino en las estructuras y las gestiones. He observado muchos equipos ganadores y en todos se daba una corriente de unidad que superaba las diferencias internas.
No parece aconsejable utilizar los símbolos como armas arrojadizas para apropiarse de identidades que deben ser compartidas. Las sociedades anónimas han traído la figura de los propietarios, que disgusta a algunos aficionados. Estos gritan “Fulano, vete ya” como si el mundo entero fuera de ellos y convierten los partidos en plebiscitos y ya no hay entrenador o presidente que se libre de la canción de moda mientras se crea una división negativa en el club. La libertad de expresión es fundamental; la visión serena y sensata de una situación, también. Todos son responsables.
El fútbol moderno triunfa cuando camina unido, sereno y sensato.