Donatiño lo llamaba Arsenio. Me acuerdo cuando llegó al Atlético de Madrid, con sus piernas arqueadas, como si alguien le hubiera robado el caballo que llevaba debajo. Entró en la capital con la Biblia entre sus manos y con una enorme sonrisa. Jugaba donde lo pusieran, se dejaba la piel, resultaba singular en su estampa y en su efectividad. El fútbol según Donato se puso de moda y alcanzó la gloria de la internacionalizad de la mano de Javier Clemente. Al vizcaíno no le importó que fuera de piel más oscura ni extranjero, quiza porque Javi es listo y justo. Cuando tuvo los papeles en regla debutó y fue un futbolista de rendimiento constante. Cuando fichó por el Deportivo escuché tonterías, frases sin sentido que insinuaban que se escapaba de Madrid, que se refugiaba en La Coruña para ganar una buena ficha y jubilarse. Pero en el Deportivo tocó el cielo con las yemas de los dedos, fue campeón y triunfó siendo titular incuestionable. Lo mismo servía para el medio del campo que para el centro de la defensa. Sus cañonazos se hicieron famosos desde la frontal del área y sus goles, pocos pero oportunos, supusieron puntos de oro para ese Super que fabricó Arsenio y que culminó Jabo Irureta. La clave del Deportivo basa sus cimientos en la solidez de futbolistas como Donato, como sus compañeros de escapadas hacia la gloria en ese Angliru del fútbol que es una liga. A los 41 años, el abuelo del fútbol ha decidido dedicarse a su nieta, a compartir su tiempo con la familia, probablemente porque ningún equipo se atrevió con su carné de identidad, con su historial y con el peso de su carrera profesional jalonada de triunfos y éxitos. Hubiera podido jugar más años, hasta batir un récord seguramente. Llevó bien ser “el abuelo de la liga” y a ella le dedicó sus mejores momentos. Luego, “el abuelo de la vIda real” quiere también dedicarse a ella en cuerpo y alma. El brasileño que prefirió jugar con la zamarra roja de España se va de los campos pero nos deja su ejemplo y su experiencia, su cariño y su mejor fútbol, sus recuerdos que son en cierta medida los de todos los que hemos vivido los últimos quince o veinte años de campeonato nacional en nuestro país. Gracias, Donatiño, como diría Arsenio Iglesias, O Bruxo de Arteixo, gracias por el esfuerzo y la generosidad, por la grandeza de tu fe, de tus creencias, de tu Biblia bajo el brazo en cada balón que peleaste, de tu Dios que era y es el mismo en el que todos creemos. El fútbol te estará siempre agradecido. Y yo también, por perdonar mis críticas, aceptar mis comentarios y agradecer los elogios. Te deseo una vida feliz, rica y profunda en sentimientos, lo único que verdaderamente vale en este mundo que vivimos, que sufrimos y que disfrutamos. Un abrazo, amigo.