Asistimos a un debate popular con ciertos tintes de desinformación, exigentes urgencias y posturas radicalizadas. Dicen que siempre suele resultar mejor un mal pacto que un buen pleito pero, en este caso, no hay posibilidad de acuerdo ya que una de las partes se niega a negociar aquello que considera innegociable: el derecho a la información. Creo que todos estaremos de acuerdo en que ese derecho fundamental, protegido en nuestra Ley de Leyes mediante el texto del artículo 20, no puede someterse a negociación.
Sin embargo, no es esa la causa del litigio sino la disparidad de criterios acerca de si el acceso a los estadios y la retransmisión de los partidos forman parte inseparable de ese derecho o, por el contrario, pertenecen al entretenimiento, el ocio y al acceso a un producto de titularidad privada. No es el derecho a la información lo que está en cuestión sino definir si transmitir un partido, hacer entrevistas a pie de campo, en zona mixta o en el antepalco, en común o en exclusiva, forma parte de esa parcela constitucionalmente salvaguardada o pertenece al derecho del organizador regular tales aspectos.
Para entenderse, las partes deben sentarse y negociar, plantear sus argumentos e intentar llegar a un acuerdo. En ausencia de pacto, será un tribunal el que determine dónde comienza y dónde acaba el derecho a la información y, en este aspecto, hay una bruma jurídica que cubre a los dos litigantes. A pesar de que cada cual sea libre de optar por una u otra opinión, el veredicto del Tribunal Constitucional resulta impredecible. De ahí que resulte imprescindible llegar a un acuerdo entre el organizador y el transmisor de la debatida información. Arriesgarse a la decisión judicial implica adentrarse en una guerra de la que, particularmente, creo que nadie va a salir ganando al tiempo que se generará un ambiente de convivencia de constante agresividad.
El fútbol ha convivido con los medios y éstos con aquel. Mas es cierto, igualmente, que los tiempos cambian. Cuando Unión Radio transmitió su primer partido, un Zaragoza-Real Madrid, en 1927, o cuando Bobby Deglané llegó desde Florida con la idea del Carrusel Deportivo, que los americanos hacían con el béisbol, aceptada por Manuel Aznar y puesta en marcha por el inolvidable y queridísimo Vicente Marco, las leyes de la época, escasas en general e inexistentes en lo que al deporte se refiere, no contemplaban los derechos audiovisuales. Afirmar que hace 70 años que la radio entra gratis, se queda corto. Hace 84 años, para ser exactos. Sin embargo, el dato carece de relevancia a pesar de la importancia del derecho consuetudinario. La sociedad ha cambiado, la legislación ha evolucionado y los derechos audiovisuales, tanto para televisión como para radio, han sido sometidos a opción de compraventa. El problema es otro.
Mientras eso se sustancia, sería bueno que ambas partes, en un ejercicio de buena voluntad, sin acritud, y por respeto y cariño a los millones de fieles seguidores del fútbol en la radio, formalizaran una paz temporal. Siempre se discute mejor cuando se excluyen los aires belicistas de las conversaciones. Somos muchos los españoles que esperamos esa muestra de inteligencia y de generosidad, sin que sea posible achacar la culpa global a una sola de las partes aunque sí es cierto que ambas deben evitar que el conflicto se prolongue.
Abogo por la negociación, por el dialogo y, si resulta imposible entre ellos, siempre les quedará la opción de encontrar un mediador capaz de acercar sus posturas o recurrir a un arbitraje. A ambos les conviene una resolución extrajudicial en tanto que al Derecho le interesa mucho más una resolución clarificadora del Alto tribunal. Es una opinión, estrictamente personal, que no representa más que mi particular forma de pensar, también protegida, por cierto, por el mismo artículo 20 de la Constitución Española de 1978, y expresada con el máximo respeto.