La crisis ha golpeado de forma contundente al fútbol español. No sólo se ha invertido en fichajes un tercio de lo gastado el año pasado sino que los clubes, incluso los importantes, se ven en la necesidad de ser también vendedores. Los tiempos no permiten soñar con optimismo y sólo aquellos que gestionen con criterio, sensatez e ideas propias subsistirán al enorme bofetón que supone el riesgo diario de nuestras principales empresas, que afecta también al mercado televisivo.
Siempre ha habido en España directivos conscientes de sus limitaciones económicas, sociales e institucionales. Es cierto que otros han dado rienda a sus sueños y no han puesto coto a sus ilusiones. El papel, dicen, lo soporta todo pero la realidad es que las empresas españolas están altamente endeudadas y eso obliga a cambiar los conceptos de gestión. Antes, las deudas más elevadas se resolvían con anticipos, créditos, pagos a cuenta de beneficios, etcétera. Lo que ya era propio de pésimos gestores. Hoy esa política económica ya no es viable porque se han cerrado los conductos de financiación.
La única solución para el fútbol, y para el resto de sectores, pasa por una gestión modélica y la apuesta decidida por las canteras para el crecimiento de nuevas figuras. Resulta curioso, y a mi juicio injusto, que unos puedan endeudarse en millones y millones de euros mientras otros sufren por reducir sus deudas a cifras nimias que, en muchas ocasiones, conducen al descenso de categoría o la pérdida de plazas europeas.
Antes importábamos estrellas y medianías. Ahora exportamos internacionales con cien partidos a la espalda. Algo está cambiando alrededor de la pelota.