26 Sep, 2011

Gregorio Manzano

Pertenece a esa clase de hombres que se forjan por el camino voluntariamente escogido y alcanzan la meta tras  recorrer miles de kilómetros. Se ganó una plaza de honor entre los suyos porque ejerce su oficio de caballero con sabiduría, respeto y humildad. Conoce el fútbol como el que más desde aquel día que guardó el almuerzo en una bolsa de plástico y dejó Martos, y a Julio Pulido, para entrenar en  Talavera.

Ha vuelto al Atlético cuando ambos se necesitaban y siento, al margen de la derrota en Barcelona, que se sabe el camino. Cuenta con la ventaja de conocer el lugar que habita y a quienes lo rodean. Ha organizado un equipo con calidad y equilibrio suficientes y, lo más importante, su serenidad y su juego, tanto como Falcao y sus goles, han conseguido ilusionar a los atléticos. Esa ilusión es la fe que siempre mueve las montañas de los neptunianos, como Juan Pablo Colmenarejo, periodista admirable y magistral, que creen hasta el último suspiro.

Su elección, en un momento complejo, indica la apuesta por un modelo concreto. Supone una decisión, como todas, con sus riesgos pero responde a un criterio.

Quizá porque admiro a las personas que ganan con su esfuerzo cotidiano aquello que la vida les depara, considero a Gregorio miembro de la élite de nuestro fútbol. Por conocimientos, por sensatez, por psicología y por experiencia, ocupa lugar preferente en mi lista de favoritos. Seguro que, cuando el Atlético vuelva a ganar cuatro a cero, otros dirán lo mismo que yo escribo hoy. Harán bien. Goyo también conoce la ironía.