Estoy convencido de que Iker es el mejor portero del mundo. Hace muchos años que no albergo ninguna duda. En esto del fútbol, lo que funcionan habitualmente suelen ser los gustos y los sentimientos. En ambos casos, considero que Iker es el que más me gusta y también por el que, desde un prisma estrictamente humano, más cariño me genera. Además, si sumamos un baremo de rendimiento, también gana.
Recuerdo que la primera vez que lo entrevisté era un juvenil de diecisiete años, que guardaba la meta de España en la Meridien Cup de 1999. Estaba en Sudáfrica, el mismo lugar donde se coronó Campeón del Mundo. Los micrófonos de “Juego limpio”, mi programa nacional de Radio Voz en aquel tiempo, fue testigo de aquella conversación con un niño que ya se expresaba como lo hace hoy, es decir, con educación, respeto e ilusión.
Más tarde, tuve ocasión de tratarlo y de dialogar mucho con él. Siempre ha sido igual, sencillo, humilde, natural, abierto, simpático, generoso, solidario y, de un tiempo a esta parte, un gran capitán. Lo pude comprobar durante años, tanto en su club como, especialmente, en la Selección Española. Iker es el gran referente de nuestro equipo nacional. He visto estadios enteros levantarse de sus asientos para aplaudir cuando Casillas Fernandez salió a calentar. Lo he visto tratar a los aficionados que se acercan a los hoteles. Lo he contemplado en los entrenamientos. Lo he disfrutado durante cientos de partidos.
Iker es el gran capitán de una generación estratosférica, que lo ha ganado todo y que lideran por igual futbolistas como el, como Xavi Hernández, Sergio Ramos o Andrés Iniesta. Sin embargo, cuando hay que tomar una decisión sobre la marcha, los ojos atienden al mejor portero que ha dado España, un país donde los nombres de Ricardo Zamora, Antonio Ramallets, José Ángel Iríbar o Luis Arconada, Paco Buyo, entre otros, obligan a quitarse el sombrero.
No valoro su titularidad o suplencia. Sólo quiero expresar con claridad que me parece el mejor portero del mundo y que el mundo lo considera el mejor portero. Que juegue o no, es cuestión de sus entrenadores. Que me guste a mí, es cuestión mía. Si hubiera tenido un grupo de música hace cincuenta años, soy de los que le hubiera regalado un micrófono a Sinatra. Nunca se lo hubiera quitado.