He leído, con disgusto y pena, las noticias del encarcelamiento de Juan Castaño Quirós, “Juanele”, exjugador del Sporting, Tenerife, Zaragoza, internacional y mundialista. Un genio creado en el desequilibrio de los abismos y las cumbres, futbolista de calidad y goles, un hombre al que quiero muchísimo.
“El Pichón de Roces” siempre ofreció un carácter peculiar. De infancia dura y difícil, la juventud le ofreció las puertas del fútbol y las abrió de par en par con buen juego y maravillosos goles. Levantaba al público de sus asientos con facilidad asombrosa mientras, en paralelo, sostenía una vida de enormes complejidades, carente del equilibrio y del entorno necesario, especialmente familiar; tuvo que hacerlo todo él sólo. Una estrella inestable.
Tengo que decir, sinceramente, que no conocí a nadie que tuviese mejor corazón que Juan, un corazón de oro; pero no es menos cierto que, algunas conductas claramente reprobables, han terminado por darle alojamiento en la cárcel. Me dicen que no se deja ayudar. Por ello, los que tanto le hemos aplaudido, sabiendo de sus problemas, de sus carencias infantiles, de sus pesadas cargas psicológicas, tenemos la necesidad de ayudarlo y, especialmente, la obligación moral de conseguir que se deje ayudar; su ingente bondad debe prevalecer sobre sus errores.
No podemos limitarnos a mirar ni, mucho menos, hacerlo hacia otro lado. La sociedad, partícipe de los éxitos, debe serlo también en los fracasos. Juan ha caído. Ayudemos a quien nos necesita. Juan es nuestro también en sus equivocaciones. Quien esté libre de pecado… Si su carga es pesada, seamos capaces de llevarla entre unos cuantos. Ánimo, Pichón. Te espera la vida.