En el fútbol mundial, hay entrenadores que apuestan por el fútbol resultadista, aunque sus seguidores sólo vean basura, y otros que, por suerte para todos, prefieren buscar la calidad y la belleza para llegar a las victorias. Este último grupo goza de un doble mérito dada la escasa paciencia que suelen mostrar los dueños de los clubes con los contratos de sus técnicos. Solo esa estabilidad permite hacer fuerte una idea y conviene recordar que la idea llega siempre como consecuencia de la reflexión. Las personas que tiene una idea formada sobre la base de un criterio firme saben que la reflexión significa el debate interno, la discusión con uno mismo, acerca de las ventajas y desventajas de sus posturas ante el trabajo diario.
Es verdad que alguien que conoce el fútbol como nadie me dijo en una ocasión, pensando como futbolista, que la única ventaja de tener entrenador era que el contrario también tenía otro. Y, sin embargo, nos situamos ahora mismo ante la abrumadora personalidad de algunos técnicos que mantiene una filosofía y una idea contra viento y marea.
En octubre, escribí que el Rayo era un falso colista y lo hice porque su estructura como equipo, su concepción del fútbol y su manera de jugar, obedecían a una reflexión de muchos años de un entrenador que siempre respondía con la calidad y la belleza. El drama de los entrenadores es el tiempo. Sólo si consiguen márgenes suficientes pueden alcanzar sus objetivos.
En cambio, hay otros que destrozan el fútbol, tanto en su vertiente del juego como en la del espectáculo. Echan a la gente de los campos, siembran la violencia y el terror, profieren declaraciones ácidas y siempre culpan a otro de sus propios errores. Pueden arrojar a la basura siglos de historia de sus clubes para dar posición de privilegio a su enorme e insuperable ego, a su yoísmo desmedido. Sólo saben ganar a corto plazo y, cuando fracasan, no es de su incumbencia. Les basta cambiar de ciudad y engañar a otro mirlo blanco, que suele ser una persona que no procede del fútbol sino de la fuerza de su cuenta corriente. Esos entrenadores deben su fama a la ignorancia de unos y a la riqueza de otros. Tiene dinero pero no alcanzan prestigio.
Todo cuanto antecede significa que respeto y comparto muchísimas de las ideas, reflexiones y opiniones de Quique Sitien y le doy una importancia capital al ejemplo del Lugo, como antes al de otros clubes, que han sabido apostar por el buen hacer y el conocimiento, sin atajos, hacia el éxito.