27 Jun, 2012

La noche más oscura abre las puerta a la más hermosa: España en la final de la Euro 2012.

La noche más oscura abre las puerta a la más hermosa: España en la final de la Euro 2012.

Las historias más trabajadas, las situaciones más difíciles, las noches más complicadas, suelen conducir a alegrías y satisfacciones directamente proporcionales a al esfuerzo, a y a la ilusión puestos en la búsqueda de un final feliz. Gaspar Rosety, Director de Medios RFEF, reflexiona sobre la clasificación de España para la final de la Euro 2012.

27-06-2012. Donetsk, Ucrania.

El río Kalmius atraviesa la ciudad del Donbass Arena con un caudal amplio y poderoso. Donetsk es una ciudad que ha sufrido los avatares de la II Guerra Mundial, literalmente destruida, y el calvario del estalinismo. Hasta que llegó Nikita Jruchev y comenzó a redimir a sus habitantes, no pudieron abandonar su nombre de urbe Stalino, y recuperar su actual denominación, procedente del río Don. Los ciudadanos se levantaron de todas las catástrofes con paciencia y sufrimiento infinitos. Hoy, son una gran urbe en un gran país. Se reconstruyeron por dentro y por fuera. La Selección hizo metáfora de ese mismo sufrimiento para crecer.

España vino a las orillas del Kalmius consciente de que las historias más bellas son las más complicadas. Por eso, al trabajo diario, el equipo de Vicente del Bosque añade dosis severas de paciencia, de confianza, de fe, de esperanza y ponen el cariño de las cosas bien hechas aunque la tarea no obtenga brillo. Las virtudes que auguran un buen sabor de boca se tejen minuciosamente entre las agujas del tiempo. La Selección Española encontró no pocas dificultades para jugar contra Portugal; en realidad, topó con todas. Y, como siempre, mereció la pena. Paulo Bento sacó a relucir un discurso conocido, reventar a España a base de impedir que haya partido, es decir, tratar por todos los medios de que se juegue lo mínimo y, de esa ingrata manera, poner sus oraciones en una falta cerca del área o un contragolpe que sorprenda al rival dando la vuelta demasiado tarde. Esto se tradujo en un dominio intenso de la pelota y graves problemas para encontrar pases profundos a la espalda de los centrales, Pepe y Bruno Alves.

Del Bosque apostó por un delantero centro clásico, Negredo, para fijar la defensa portuguesa. Los fijo bien pero no hubo huecos para que entrasen los medios de ataque que flotaban en torno al área, Silva e Iniesta. La lectura del partido ofrecía complejidades para dar con la clave idónea. Se observaban dos formas opuestas de jugar al fútbol. España bajaba el balón a la hierba y Portugal lo hacía volar a un metro del suelo, cuando menos. Unos por tierra, otros por aire, conscientes todos de que el fútbol se juega abajo, en las verdes praderas. Portugal no debía ganar porque no se empeñaba en ganar si no en evitar que lo hiciera España. Puso en práctica un estilo destructivo y consiguió entorpecer la noche hasta límites dolorosos, sin apostar por la victoria. España sí lo hizo, emboscada en una maraña de futbolistas de patadón y tente tieso, de pelotazos que sólo buscaba que no se jugase.

El equipo nacional español cumplió su tarea defensiva con rigor y seriedad. El entramado zonal de Del Bosque no dio una sola opción a la estrella lusitana, Cristiano, apagada constantemente por Arbeloa, primero, y Piqué, Alba y Sergio Ramos, especialmente éste, más tarde. El marcador sólo debía encontrar un destino pero no llegó hasta que hubieron pasado ciento veinte minutos de desgaste enorme por ambas partes. Portugal, con dos días más descanso que España, hizo notar esa prevalencia de fuerzas. A lo que los verdes ponían esfuerzo, La Roja imprimió calidad. Su sello de calidad.

Del Bosque modificó sus variantes tácticas y sacó a Cesc Fábregas por Negredo, abrió el campo por las bandas con Navas y Pedro y Portugal buscó, primero, la prórroga y,  más tarde, los penaltis. Si ganaban serían héroes y si perdían sería una muerte digna. Se la facilitó España. Es cierto que, al pasar el reloj por el minuto 116, todos recordamos viejas glorias y soñamos por un instante con el milagro repetido. Sin embargo, esta vez el futuro había preparado un desenlace aún más elaborado, más castigo, más sufrimiento antes de obtener un gran premio.

En la tanda desde los once metros, Iker le paró el primer tiro a Moutinho y tapó a Bruno Alves en el cuarto. Marcaron Pepe y Nani. España hizo los deberes, aunque Xabi Alonso, en gran momento de juego, no atinó el primero. A continuación, marcaron Iniesta, Piqué y Sergio Ramos, éste con un estilo Panenka que acredita una seguridad incuestionable. Y llegó Cesc, el otro chico del minuto 116, el del último penalty a Italia en los cuartos de la última Eurocopa. Le dijeron que tirase el segundo pero pidió lanzar el quinto. Tenía fe, sintió esa corazonada que te alumbra el final, que ilumina la historia. Tomó la pelota. La puso pausadamente en el punto cubierto de cal. Y la clavó. Puñalada de dulzura en el marcador millonario del Donbass.

La tristeza de los brazaletes negros en recuerdo de Miki Roqué se tornó en un excelente homenaje a su recuerdo. Habíamos dejado atrás Polonia, aunque jamás podremos olvidarla, y entramos en Ucrania sin meter ruido. Había luchado España contra sus rivales sobre la base de una idea, de un estilo de juego y de equipo. Fieles hasta la muerte a ese concepto que moderniza el fútbol, Vicente del Bosque y su grupo han conseguido clasificarse para la final de Kiev, la ciudad de las cúpulas doradas. Seguramente, John Hughes, el galés que fundó Donetsk  allá por 1869 para industrializar el carbón de las minas de los cosacos, no podría imaginar jamás que un puñado de españoles alcanzarían aquí una victoria capaz de abrir los sueños de una nación entera. España reposará su cabeza en una almohada llena de ilusiones.