31 Ene, 2011

Eduardo Valcárcel

Admiro a todos los que sufrieron un accidente grave en sus vidas y fueron capaces de superarlo, a los que se han montado a lomos de la existencia y galopan con enorme ánimo de superación. En verdad, aprecio a quienes pelean por engrandecer un país que empequeñece. Admiro a personas como Eduardo Valcárcel, que a los once meses sufrió un accidente, perdió la pierna izquierda, juega al fútbol con la derecha casi mejor que Amancio y educa a seiscientos niños en la Escuela de la Real Federación Española de Fútbol. Sueño con verlo dirigir un grande. Admiro, y quiero, a Jorge Pérez Arias, periodista como yo aunque más inteligente, porque lo dejó antes, y supo fichar a Valcárcel cuando era un desconocido. Y por más cosas.

Ganamos un Mundial gracias a personas sencillas, comprensivas, honestas, que trabajaron muy bien y sin presumir, sin alardear, sacrificando en silencio los malos momentos. Sufrieron cuando nadie los veía, lloraron en habitaciones vacías, se levantaron cada mañana pensando que jugarían el último partido de su vida. Atrás, había una nación íntegra, formada por casi cincuenta millones de seres humanos que, como Mandela, dejaron sus egoísmos para mejorar la colectividad. Madiba superó veintisiete años de cárcel, dieciocho en Robben Island, para que todos fueran iguales. Héroe. Los españoles superamos cada día la cárcel laboral.

Admiro el afán de superación, los deseos de mejorar. Admiro a los humildes que trabajan sin pedir nada, a quienes luchan por los suyos y sueñan con las victorias. Cuando veo a Eduardo Valcárcel enseñando a los niños a jugar al fútbol, veo a un padre de la patria creando un universo de futuro. Es mi héroe. Mi Constitución. Mi “Pepa” de 2011. Felicidades, Edu