6 Jul, 2010

Iker, el capitán.

La primera vez que lo entrevisté acababa de cumplir los diecisiete y estaba en Sudáfrica. Portero titular de la Sub19 que ganaría la Meridien Cup, un Mundial oficioso. Lo encontré con soltura, sin temores, de palabra fácil, con buen carácter, abierto y colaborador en la conversación. Para ser un chavalín, tenía las ideas claras. Hoy, Iker sigue siendo igual que en aquella noche del 98, con algunas experiencias más en la mochila. Ha batido, y batirá, todos los records, y se ha ganado el afecto y el respeto de todos, seguidores, periodistas y, especialmente, compañeros.

Iker es el Capitán y el brazalete es suyo, ganado a pulso y en buena lid, a mi juicio, con un cierto retraso. La capitanía suele darse por antiguedad pero se conquista cada día. Hay capitanes aborrecidos y capitanes admirados. Iker pertenece a esta segunda escuela. Yo comparto esa admiración por aquel que sabe recibir a los nuevos compañeros, tratar a los veteranos, dar a todos su sitio y proteger a quien lo necesita, animar al que se desploma, aplaudir al que se esfuerza y sentarse en el banquillo de la humildad cuando la ocasión lo requiere. Iker no sólo lleva el dorsal con el número 1. Es el número 1.

A ello unimos que manda, organiza, situa defensas, bloca bajo palos, despeja de puños, sale al mano a mano, y echa el cerrojo a su puerta. Es líder en la hierba y en el asfalto, en la moqueta y en el azulejo. Sólo los grandes llevan el 1 cosido al alma. Por eso lo para todo. No me sorprende nada. Es el mejor. Cuando Hierro dijo que detrás venía un Ferrari, no vió que tras el Ferrari llegaba un avión supersónico. Se lo tapaba el coche