Muchos han puesto el grito en el cielo por el encontronazo entre Scaloni y Beckham. Todo desmedido y desproporcionado, a mi juicio, aunque sirva para ganar adeptos en la opinión de cada bando. Que David haya sido distinguido con el título de Caballero de la Orden del Imperio Británico no le impide ejercer en el campo como un guerrero, del mismo modo que Scaloni, por haber nacido en Argentina y quizá en un pueblo pequeño, puede sentarse a la mesa del ciudadano más importante del planeta sin que por eso el anfitrión deba usar espinilleras. Prolongar el enfrentamiento resulta un perfecto ejercicio de estulticia y de desprecio al rendimiento de cada uno. Beckham y Lionel se parecen mucho más de lo que algunos creen pues en el ardor en la batalla, el pundonor, la capacidad esfuerzo y de sacrificio y de lucha de ambos parece similar si se analiza con objetividad. Ocurre que David, además, goza de otras cualidades que no adornan a Scaloni y nada más. Es mejor futbolista el inglés que el argentino pero tampoco parece razonable que, por un rifirrafe callejero, se vaya a reeditar ahora la guerra de las Malvinas. Lo que pasó en el campo fue público. Y lo razonable sería que todo esto se olvidara. Incluso yo mismo he dudado si, al escribir sobre el asunto, estaba contribuyendo a regenerar un episodio de agresividad pero seguro que mis compañeros de diferentes medios volverán, dentro de seis meses ante el partido de vuelta, a recordar el incidente y a titular algo parecido a “la venganza de Scaloni”. Los dos son muy buenos jugadores y aportan un rendimiento excelente a sus equipos, cada uno en su estilo. Dejemos que el tiempo restañe las heridas en lugar de azuzar para que se repitan los incidentes que las causaron. En la disputa del balón y en la defensa de sus colores, Beckham es Scaloni y Scaloni es Beckham. No es un problema oval sino cerebral. Que cada uno actúe como mejor sepa.