5 Ago, 2005

Compañera Chus

Somos poco dados a reconocer los méritos vecinos y solemos elogiar los esfuerzos ajenos. Admiramos lo que nos resulta lejano y nos cuesta aplaudir al chiquillo de la puerta de al lado ahora que ya es mayor. Chus Lago es una deportista ejemplar, de las que merece un Príncipe de Asturias de los Deportes, de las que se ha dejado al alma y parte del cuerpo para conseguir las metas más altas, más largas y más frías. Chus llora estos días la muerte de su compañero Merab, el hombre que le salvó la vida en el Pobeda, a más de seis mil metros y con severas congelaciones.

Merab murió despacio cuando alcanzaba la cumbre del Ushba. Una montaña de apenas cuatro mil metros pero, Dios mío, qué aristas y qué vientos y qué hielos. Chus vive, y vive aquí al lado, cerca de todos nosotros: Vigo, Galicia, España, Chus vive. Ha conquistado el Everest sin oxígeno, consiguió el Leopardo de las Nieves y ahora preparaba una expedición con Merab a Groenlandia. Tendrá que ir sola. Aunque quienes la queremos iremos soplando detrás de su mochila, Chus irá sola. Se llevará con ella una profunda, intensa y riquísima vida interior, esa fuerza invisible que la levanta en vilo y la hace volar, un sueño de mujer despierta que siempre se cumple. Tengo una idea vaga de lo que supone morir en la montaña, como Merab, consciente de que los helicópteros no van a llegar por el viento y la nieve, por lo escarpado del lugar. Intento acercarme a los próximos pasos de Chus.

La tierra, no sólo en Kobuleti sino en ningún sitio, nunca volverá a ser la misma. Y, al fondo de cada montaña, de cada pico, de cada glaciar, de cada desierto de hielo, a la vuelta de cada esquina, resonarán aquellos versos de Miguel Hernández, en su Elegía a Ramón Sijé, “a las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”. Hay personas que no mueren nunca. El rayo que no cesa.