Las estrellas juegan cuando les llega la inspiración. A veces, sucede cuando se encuentran en medio de un partido y les salen unas jugadas de relumbrón. Otras, les pilla en un entrenamiento y hacen brujerías con la pelota aunque no haya ningún rival enfrente. En ocasiones, les sorprende en casa y les sale una tarde redonda o les ataca de noche y Madrid tiembla del susto al tiempo que los breves tangas de las cuatro busconas de siempre siguen las piruetas de un avioncito de papel. La noche del martes, el Real Madrid se camachizó para remontar un marcador adverso que convertía el Bernabéu en un patíbulo volante. La cara de García Remón era un poema, los ademanes de Raúl dibujaban la guerra en el rostro, la impotencia de Ronaldo se convertía en dedo acusador y las galopadas de Figo siempre terminaban en los pies del contrario. Totti y Casano campaban a sus anchas, Dacourt y De Rossi se hartaban de jugar. Todo hasta que apareció la inspiración. Primero fue un rebote a tiro de Raúl, después un penalti siempre opinable, más tarde la electricidad hecha fútbol entre Beckham, Figo y Raúl. Y para cerrar llegó Roberto Carlos al grito de “toma, toma, toma” mientras sus compañeros lo abrazaban para sujetarle los brazos y evitar un clamoroso corte de mangas a las tribunas más exquisitas del planeta.
Algunos futbolistas tienen otras prioridades distintas al fútbol. Por eso, cualquier día excusarán su asistencia a un entrenamiento porque tienen que rodar un anuncio de refrescos, otro pedirán el día libre para coger un avión y marcharse a echar una cana al aire a la Costa Azul y terminarán por disculparse ante un partido importante con la excusa de que tienen que trabajar en otra cosa. Mientras tanto, Raúl seguirá tirando del carro de la Selección, del carro del Madrid y hasta Manolo Escobar le rogará que tire del suyo, que a estas alturas del partido, ya habrá aparecido entre los hallazgos de nuestros brillantes servicios de inteligencia. Todo dependerá de dónde les sorprenda la inspiración.