14 Feb, 2005

El Peñuca

Tuve la suerte de ser el primero en entrevistarlo. Apenas había cumplido los trece años. Era un niño. Acudió a los estudios de Antena 3 de radio en Santander. A esa edad ya lo querían fichar el Madrid, el Barcelona y el Atlético. Estaba cotizado.

Fue con su padre, Agustín, el dueño del restaurante Los Peñucas, del barrio pesquero de Santander. Buena gente donde los haya. El niño creció y un buen día apareció en el Barcelona, dándole a Ronaldo unos pases magistrales, balones en profundidad que el carioca no ha olvidado. Luego, le tocó la cara amarga de la vida, la lejanía, la soledad, la dureza del país extraño y un cierto grado de incomprensión.

Esta temporada se ha reivindicado en el Espanyol, en esa Barcelona que tanto ama, desde el Parque Güell hasta la Plaza de España, desde Montjuich al Tibidabo, mar y montaña unidos por un mismo destino. Ha vuelto a vivir la felicidad de los prudentes. Iván, el Peñuca, sigue siendo aquel niño callado que entrevisté una noche del noventa y uno, querido por todos, tímido por naturaleza, como si nunca hubiera escapado del todo a las costumbres adolescentes de la casa. Ahora, le llega el premio de la Selección. La probó en todas las categorías inferiores hasta proclamarse subcampeón de Europa en el Olímpico… de Barcelona.

Vuelve a encontrarse con Raúl, su amigo y compañero de generación, su cómplice de avatares, quizá el futbolista que mejor entiende sus dificultades para sobrevivir en la selva del balón. Veintiocho inviernos lo contemplan como el mejor pasador del fútbol de hoy, aquel al que todos, empezando por Ronaldo, quieren tener en su equipo. Luis ha entendido que no podía despreciar un valor seguro. Nos falta saber cuánto tiempo van a darle. Iván es un brillante, un diamante pulido. Atrévanse a ponérselo.