Antes del comienzo del partido de “Anoeta”, comencé mi intervención en Onda Cero dibujando el choque como el enfrentamiento entre los “galácticos blancos y los galácticos blanquiazules” porque no parecía justo calificar a unos de una manera cuando los otros, ganando, se situaban a tres puntos. Y tres puntos parece poca diferencia para separar galaxias. La tarde guipuzcoana se saldo con veinticinco minutos de fútbol eléctrico, espectacular, goleador y asombroso. La Real se sintió Madrid y el Madrid se sintió Manchester. Si hice ese comentario prepartido en San Sebastián fue, en buena parte, porque había visto a la Real en “Riazor” una semana antes y su juego volvió a encantarme pese a perder. Me sigue maravillando Xabi Alonso por su trabajo de creación y por su disciplina defensiva, por sus pases abiertos y su facilidad para, de seguido, desmarcarse y volver a ofrecerse. No creo que exagere si digo que es el primer mediocampista que me recuerda a Pep Guardiola. Luego, Nihat, Karpin y Kovacevic forman un triángulo excelente que se completa con De Pedro, cuando juega, y Aranzábal, cuando encuentra pasillos. Esta jornada nos dejó ante el Madrid-Barcelona como el torero que levanta el capote para colocarle el toro delante del picador. Y ahí ya puede suceder cualquier cosa. Los partidos como el del próximo sábado no admiten favoritos ni favoritismos porque suelen ser resultado de la tensión y de quien mejor se escape de la presión que de la verdadera calidad de juego. Si el Barça pretende salvar la temporada deberá hacerlo en el “Santiago Bernabéu”. Si lo fía todo a la Champions puede sufrir más. Y los “galácticos” deben bajarse de la nave y aprender que solo se hace camino al andar. Los lujos sobrevienen después de cubrir las necesidades básicas y el Madrid no ha conseguido todavía tanta diferencia como para dormirse en los laureles. Queda liga, mucha liga, y eso es bueno para el Deportivo, para la Real Sociedad, para el Real Madrid y para todos.