Casi todos pensamos en 1.992 que la llegada de un nuevo marco jurídico al fútbol, las sociedades anónimas deportivas, iban a conseguir que los administradores, es decir, los directivos, fuesen capaces de gestionar de manera responsable. Falso. Los gestores de los clubes han seguido haciendo caso omiso a todas las recomendaciones, normas y leyes que se han ido vinculando al fútbol. La situación actual de las deudas de las sociedades anónimas deportivas rozan lo escandaloso. Cifras que superan los doscientos millones de euros en algunos casos y que ponen en entredicho la legalidad de la competición. Hay clubes que compran jugadores y no pagan los traspasos ni abonan a los profesionales sus contratos pero compiten contra aquellos a los que han comprado y lo hacen con los futbolistas que les han comprado. Los hay que ganan partidos con jugadores que no cobran y que derrotaban a los equipos a los que les quitado esos profesionales. Los clubes maquillan sus cuentas de tal manera que pueden dar superávit en todos los ejercicios y cada año aumentan de forma ingente su deuda. La crisis llega siempre en el mes de julio, cuando los jugadores denuncian sus deudas al sindicato AFE y los clubes trapichean con pagarés postdatados para eludir la aduana del 31 de julio. Si las autoridades competentes en esta materia, con la Secretaría de Estado para el Deporte al frente, no son capaces de cortar esta serie de trampas encaminadas a engañar a los accionistas nos quedaremos sin liga de las estrellas. La corrupción en el fútbol empieza por las costumbres que algunos directivos han impuesto en los años y que han llevado a los clubes a una situación que puede interpretarse como el prólogo a la bancarrota. Algunos ya están presentando suspensiones de pagos, paso previo a la quiebra. No podemos negar la realidad. La ley es igual para todos, o debería serlo.