Me senté a ver el partido con la triste convicción de que, en cualquier momento, alguien cantaría el gol de Grecia. Era lo natural y sentí una cierta tristeza. Me acordé de Javier Clemente, al que tod España exigía que ganase el Mundial de Francia y contestó: “Algún día sabréis el mérito que tiene habernos clasificado para todas las fases finales”. Hay gente que nunca le dará la razón a Clemente, aunque la tenga, porque hay miedo a decir la verdad. Ahora, el malo de la película es Sáez. Bueno, en realidad, toda la lucha estratégica reside en disparar sobre Villar, bien en la diana de Juan Padrón o en la de Iñaki. Todo vale si se usa para desprestigiar. Nadie se detiene en la figura mágica de Valerón, en la compostura de Raúl, en la profundidad de Baraja, en la seguridad de Albelda o en el excelente momento de Iker y Salgado. En Zaragoza, contra Grecia, falló el equipo del mismo modo que lo hizo en Belfast contra Irlanda del Norte. La culpa de aquel punto sobre seis posibles fue de los futbolistas, como casi siempre sucede. No hubo falta de concentración ante rivales inferiores. Sencillamente, no se puede ganar siempre. Y aquí, donde nunca hemos ganado nada, exigimos ahora que se llegue a todas las fases finales y que, además, se gane. Olvidamos el carácter competicional del deporte y dejamos en la cuneta de la memoria que selecciones tan poderosas como Holanda o Inglaterra han faltado recientemente a importantes citas tras caer ante equipos modestos en las clasificaciones. Esta repesca encierra una cura de humildad para todos. Será bueno que reflexionemos acerca de quienes somos y, sobre todo, acerca de si estamos apoyando realmente a la Selección o sólo la usamos para vender más periódicos cuando gana y para darle patadas a Villar cuando pierde. Clemente tenía mucha razón hace cinco años pero no lo reconozcan jamás en público. Podrían tildarles de locos.