En el mundo del fútbol, la responsabilidad y la coherencia no se dan con frecuencia. Viendo el partido del Celta en San Siro, viendo el triunfo celeste, como hace un año vimos ganar al Deportivo en idénticas circunstancias, analizando la situación del equipo, poco habituado a atender a tantos frentes, uno tiene derecho a preguntarse qué sucede con Lotina. La respuesta se halla en los periódicos donde Horacio Gómez anuncia, una vez más, que el entrenador depende de los resultados, como si la afición no supiera que los resultados son siempre la excusa perfecta para cargarse a quien tu quieres sin dar mayores explicaciones. Los celestes estaban acostumbrados a jugar muy bien y a no ganar nada en los tiempos de Víctor Fernández. Ahora juegan de una manera menos bella pero más práctica. Y no parece descabellado pensar que los futbolistas se merecen un mayor margen de confianza cuando han estado trabajando muchos meses sin cobrar y el entrenador ha sido capaz de aunar el vestuario para que ese “pequeño detalle” no se apreciase. El equipo ha vivido inmerso en una problemática que desquicia, ha padecido un trato humillante y vejatorio por parte del consejo de administración, pero aún así, ha toreado en Europa y ha sufrido en España. Si la única solución para los presuntos males del Celta pasa por destituir a Lotina será indicativo de que Horacio Gómez y sus consejeros asesores áulicos, sus cortesanos síseñor, han perdido la cabeza y no encuentran en su imaginación una estulticia mayor. Los resultados del Celta, y por ello de Lotina, no pueden juzgarse el quince de diciembre sino al terminar la temporada. A lo mejor es que pedirle coherencia y responsabilidad a Horacio Gómez equivale a pedirle peras al olmo o prudencia a Jesús Gil. Da lo mismo. No hay problema porque, al fin y al cabo, paga el Celta. Como siempre, si es que al final paga.