18 May, 2012

Miklos Feher al final del camino

Budapest encierra toda la belleza de su rica historia, se envuelve en el esplendor de sus cúpulas doradas, de sus inmensas moles arquitectónicas que son testigo del paso de los siglos. El Duna, el Danubio, cruza y recorre sus escondites y se atraviesa por el medio de Buda y de Pest, dejando atrás la isla termal de Santa Margarita y sorteando los caminos de la gran ciudad. Por el puente de Isabel, correrá el recuerdo de Miklos Feher y por debajo las aguas del gran río se llevarán sus mejores sueños y sus emociones. El fútbol llora desde Portugal con lágrimas grises lisboetas, sin poder culpar a nadie de la tragedia de una muerte súbita en medio de una sonrisa recién amonestada. No conocí a Feher pero su desaparición nos afecta a todos los que vivimos el fútbol desde dentro, desde la distancia o, sencillamente, desde fuera. Una vida joven, apenas iniciada, un proyecto de ilusiones sobre las ideas sólidas que lo obligaron a abandonar la casa, la tierra de los antepasados y viajar para volver cubierto de gloria, sobre la juventud atrevida y valiente de sus veinticuatro años. Dice el profesor Otero Lastres, en uno de los más bellos cuentos que se han escrito jamás, que la muerte no es nada sino la ausencia de vida y que, por ello, no podemos verla pues se solapa detrás del último suspiro. Feher no se sentó a esperar al borde del camino y prefirió recorrer los kilómetros precisos para driblar fuera del área los malos tragos, incluso el último trago. Con su carita de niño, con su sonrisa ajena a la realidad siguiente, Miki perdió la fuerza sustancial. Ese es un momento que termina por llegar, cuando la vida se apaga, bien paulatinamente, bien de forma violenta, sorpresiva, traicionera. Viaja con nosotros aunque no la miramos y adopta mil formas distintas para reivindicarse. Pero lleva razón Otero Lastres en su libro “Puentes de palabras” cuando dice que apenas miramos para ella. Su daño estremece a quienes la advierten de cerca, cercena los sentimientos y une a los seres humanos aunque, tristemente, mañana, volveremos al olvido y lo cotidiano se llevará todos los recuerdos como si, de verdad, nunca hubiera existido. Por eso, cuando llegue el momento, todos la esperaremos sentados, sin miedo, al borde del camino y la sonrisa de Feher nos contemplará en la sideral y profunda lejanía. José Manuel Otero Lastres, “Puentes de palabras”, Ed. La Voz de Galicia, La Coruña, 2003.