El Madrid ha decidido despedir a Luxemburgo cinco días después de darle su respaldo más sincero. Arrigo Sacchi abandona la nave en medio del temporal después de un año vagando por el club como un alma en pena. Arrigo, un gigante del banquillo, fue un guisante de despacho. No ha hecho casi nada y ni siquiera es el responsable del fichaje de Vanderlei porque al brasileño lo trajo Juan Figger.
A Luxemburgo no lo ayudó nadie y tampoco él fue capaz de hacer los gestos que el palco y el estadio le reclamaban. La derrota ante el Barcelona fue una puñalada en el pecho, cambiar a Beckham por Salgado y a Ronaldo por Gravesen dos cuchilladas en el hígado del Bernabéu, y la protesta del público hacia el palco un tiro en el corazón. Luxa muere por no haber matado.
Aplaudo la coherencia de Butragueño, que defendió a Luxemburgo hasta el último minuto. Emilio pinta buenas maneras de dirigente porque ofrece una cualidad extraña en el fútbol, la coherencia. Florentino busca la manera de regresar a sus orígenes, los que le dieron el éxito y le hicieron un buen presidente. Sé de buena fuente que el otro día pensó en arrojar la toalla. No se quiere ir cuando las cosas van mal y sé que los socios no le dejarán irse cuando las cosas vayan bien. A él le corresponde ahora hallar la puerta de escape de este laberinto.
Quizá no haya mucha gente que se atreva a decirle la cantidad de errores que se han cometido. Quizá haya gente contribuyendo al caos pero es verdad que todo tiene arreglo. Sin embargo, militarizar el fútbol no es la solución para que convivan los artistas. Hace falta conjugar el puño de hierro con el guante de seda y, en eso, Florentino es un fino estilista. Sigo creyendo que Luxa no era ni el único ni el máximo culpable. Quizá debió ser más directo y contundente, quizá debió sentirse más arropado. El problema no es de banquillo sino de estructura.