Lo conocí a finales de los setenta, siendo yo un adolescente aspirante a hombre. Sucedió en una cafetería de Chamberí. Allí coincidían personajes tan distintos como Martes y Trece, Joan Manuel Serrat o Alberto Cortez. Aprendí mucho de todos ellos. Alfredo era huraño y gruñón, por timidez. La Saeta resultaba un personaje introvertido, irónico, cáustico, a veces, y siempre rodeado de Rafa Pates, Pepe Fuertes, Marquitos y Rial.
Me lo descubrió Héctor Rial, la persona que más he admirado en mi vida dentro del fútbol, “Alfredo es así y le perdonamos todo porque ha sido el mejor de todos los tiempos y siempre lo será. El mejor. Querélo como es, Coloradito”. Y así aprendí a querer, siempre a distancia prudente, a don Alfredo. Aún recuerdo cómo, en el viejo Atocha, me arrancó el micrófono del inalámbrico porque se me ocurrió metérselo en el banquillo para escuchar lo que decía en un cambio. Cuando me di cuenta, el micro estaba quince metros dentro del campo, Pes Pérez me miraba como si quisiera matarme y el juez de línea se fue a por él y me lo devolvió mientras la grada rugía al grito de “Real Madrid, Real Madrid, el equipo del gobierno, la vergüenza del país”.
Luego, vinieron más de veinte años de trato cortés. Una noche, en Valencia, en Canal Nou, nos sentamos y le hablé de Rial y de aquella tarde del 81 en la que Héctor le dijo a José María García: “Si querés al mejor para Antena 3, fichá al Coloradito”. Los ojos de don Alfredo se humedecieron. “Sierto, vos fuiste amigo de Rial”. Entonces, empezó a quererme en los recuerdos del amigo común, desde las cenizas que Gladis lanzó sobre las olas miríficas de La Lanzada.
Hoy, después de acordarme mucho de Héctor, rezo por don Alfredo. Porque tenía razón Rial, ha sido el mejor de todos los tiempos y un amigo de corazón, de corazón cansado, envejecido y diabético pero un corazón tan grande como su fútbol. Que la ganés, Viejo. De parte del ‘Coloradito