No sé si es superior la tristeza o la vergüenza que produce la noticia del descenso administrativo dela SD Compostelay su posible desaparición. Parece que fue ayer cuando aquel invierno del 95 se proclamaba subcampeón de invierno en primera división de la mano de Fernando Vázquez. El Compos ha pasado en pocos años de jugar en campos con ovejas, como recordaba Paco Vilas, a codearse con los grandes y ver en el Multiusos a los mejores jugadores del mundo. Después, en idéntico margen de tiempo, ha pasado de tutear al Madrid y al Barça a desaparecer de la elite y quién sabe si del fútbol en toda su extensión. Caneda ha sido siempre un presidente atípico, un hombre que intentó ser personaje a toda costa y que, tiene su mérito, lo consiguió. Caneda ha sido un Gil de Segunda División, quizá la categoría que mejor le iba. Y quiso enfrentarse con todo el mundo porque entendía que, al frente del club, resultaba intocable. No fue así.La Administraciónes un león dormido, dice Ramón Calderón, al que no conviene despertar. Caneda lo despertó haciendo ruido y el león abrió las fauces para devorar lo que quedaba de él. No parece razonable que los nuevos consejeros hayan entrado en la sociedad sin saber lo que había dentro ni que debían presentar un aval de trece millones de euros. Tampoco parece comprensible que se les engañase. Y, sinceramente, parece imposible que alguien lo consiguiese. El que llevó el club a la ruina ha sido Caneda. Los que han entrado, con buena voluntad pero sin conocimiento real de la situación, no han sido capaces de enderezar el rumbo y salvar la entidad. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Y donde ayer había grandes tardes de fútbol sólo queda un nicho, una sepultura. Después del esfuerzo impagable de los futbolistas, la capital de Galicia no merecía un final así. Es una vergüenza. Y produce una enorme tristeza.