Todos los ojos se centran en Ronaldo. Medio mundo sigue sus pasos dentro y fuera del campo. Sus goles, como su ceremonia romántica en París, han copado las portadas de los periódicos y revistas del planeta. A Ronaldo hay que entenderlo en su verdadera dimensión. Como futbolista y como persona. No ha sido fácil salir del cálido Brasil en busca del horizonte gélido de Eindhoven, buscarse las habichuelas en una liga como la holandesa.
No ha sido fácil asimilar, con diecisiete años, que ya no eres un niño con dificultades sino un futbolista admirado por el fútbol mundial. Y Roni lo ha hecho con sensatez, con prudencia, con una madurez impropia de aquellas edades. Al mismo tiempo fue creciendo como goleador y como ser humano hasta encontrarnos con lo que hoy es Ronaldo: el mejor delantero centro del globo terráqueo y un personaje tan afamado como el presidente de Estados Unidos o Su Santidad el Papa.
Muchos son los que le critican porque no marca goles o porque, dicen, no entrena como los demás. Y es cierto que a veces se pasa un tiempo sin marcar y que entrena de manera diferente. Sí, es así porque Ronaldo es diferente. Las botas de Dios no son humanas, pertenecen a otra situación. Su sprint es más veloz que el de cualquier otro, su quiebro más ágil, sus disparos más certeros y su sencillez personal resulta extrema. Ronaldo no hace nada como lo hacen los demás porque él no es como los demás. No parece justo acusarle de algo que no hace o de otras cosas que sí hace. Él es Ronaldo. El goleador.
No es uno más y nunca lo será. Vanderlei Luxemburgo quiso ejemplarizar de cara a la galería con el castigo del banquillo pero, ante el jugador, explicó que era una forma de reservarlo para la Champions. Ronaldo jugó infiltrado, se esforzó todo lo que pudo e hizo todo cuanto estaba a su alcance para servir al Madrid. Por ello, parece razonable que, en lugar de censuras, reciba agradecimiento.
Como futbolista es único y como persona también. Después de todo, ¿ a quién no le gustaría casarse en París el día de los enamorados y con una belleza como Daniela? Qué mala es la envidia.