Lo último que podía esperar era algo con relación a un plante de los futbolistas del Celta ante una concentración para jugar su primer partido de la Champions League en Balaídos. Creí que el fútbol español ya había superado estas vicisitudes que nos retrotraen en el tiempo a las vetustas acampadas de los futbolistas frente a los locales de la Federación Española de Fútbol. La medida me sorprendió porque, entendida como arma de coacción, parece absurda como absurdo parece que la plantilla renuncie a unas primas que, a buen seguro, va a merecer. Tampoco comprendo la urgencia del plante para presionar al presidente cuando éste acaba de enterrar a su padre dos días antes. Podrían haber esperado una semana más, podrían haber negociado las primas del torneo europeo y podrían exigir el pago de las cantidades atrasadas. Porque tampoco parece razonable que un club de la liga profesional siga manteniendo deudas con los futbolistas, al margen de que correspondan a los contratos federativos, a los de imagen, a primas o a gratificaciones navideñas. El Celta no puede ser una empresa morosa con sus trabajadores porque eso solo indica que no está gestionada de la forma adecuada. Vivir exclusivamente de la televisión supone un riesgo ilimitado, vivir peligrosamente. Horacio Gómez lo sabe y sus ejecutivos también. No es bueno abrir demasiadas brechas a la vez porque puede entrar demasiada agua en poco tiempo y no hay tantas manos para tapar agujeros. Los jugadores, con toda la razón en el fondo de la cuestión, han cometido pequeños errores formales pero le han perdonado la vida al presidente. Una amenaza de huelga ante las competiciones y no ante las concentraciones, hubiera puesto a Horacio contra las cuerdas. O sea que, encima, agradecido. Porque, si eres un empresario serio, hay que pagar con puntualidad. Lo demás son excusas.