Después de terminar la participación española en las competiciones europeas, es tiempo de mirar al futuro. Nos queda por delante una batalla tremenda en la liga, tanto en los puestos que dan acceso a Europa como en la guerra sin piedad para evitar el descenso. Y, además, un partido apasionante, con toda seguridad el más bonito del año, la gran fiesta del fútbol español, en la final del Campeonato de España-Copa de SM El Rey. Y,
mientras tanto, al fondo, aguarda la Copa Confederaciones y el sueño de un colofón histórico en el renovado Maracaná, la ilusión de cualquier amante del fútbol.
Estamos, por lo tanto, ante la parte más atractiva de la temporada. Hemos llegado hasta aquí gracias al esfuerzo de miles de directivos modestos, que no perciben un euro por su tarea desinteresada en las federaciones territoriales; gracias al tiempo y al dinero de millones de espectadores que han contribuido con su aportación al sostenimiento del planeta fútbol que representa España; y gracias a miles de deportistas, profesionales y aficionados, que han llevado a la práctica esta maravillosa puesta en escena, entre los que debemos incluir árbitros, entrenadores y responsables de organización de competiciones profesionales, patrocinadores y dirigentes en clubes y sociedades anónimas deportivas.
Esta pasión de nuestro fútbol se sustenta en el esfuerzo de las buenas personas. En el fútbol, como en la sociedad española, las buenas personas conforman una aplastante mayoría absoluta. Disfrutamos de este bellísimo deporte gracias a ellas, a su bondad y bonhomía. Gracias a ellos, sí, se puede. Los malos siempre sobran. El sistema los expulsa o terminan huyendo. Y el fútbol sigue. Todo sigue.