Omar Reygadas Rojas, uno de los mineros que salieron de la mina San José hace doce días, en el desierto de Atacama, viajó este fin de semana a Madrid. De vuelta a casa, la Roja con la estrella le acompaña. Ayer fue recibido en La Moneda por el presidente de Chile.
Ha cumplido cincuenta y seis años, tiene cinco hijos, diecisiete nietos y cuatro bisnietos. Su última niña llegó al mundo doce días antes de que Omar, su bisabuelo, volviese a la superficie de la Tierra después de setenta días y setenta noches a setecientos metros de profundidad, en el infinito y más allá de la mina San José. Omar tiene una impensable historia que contar.
Llegó a Madrid para una estancia de tres días. Estamos frente a un hombre humilde, sencillo, que profesa la religión como una forma de vida. “En el encierro, dediqué mucho tiempo a orar. No fue un accidente. Fue una prueba que Dios nos puso a todos, a los que tenían que salvarnos desde arriba y a los que debíamos resistir allí abajo”. A Omar le apasiona el fútbol y, especialmente, los colores del Colo Colo. De hecho, cuando empezaron a mandarles cosas desde el exterior, el pidió una Biblia y una camiseta de su equipo. “De los treinta y tres, por lo menos veintidós éramos del Colo”. Si preguntan por este club legendario en Chile, les dirán que se le llama el Eterno Campeón, El Cacique, el Populista… Su estadio, el Monumental, resguarda la historia de los hermanos Robledo, Ted y Jorge, que importaron el estilo inglés tras pasar por el Newcastle. La memoria de Reygadas no encuentra lindes.
Me cuenta, con voz queda, suave, tranquila, que pudieron seguir un partido de la selección de Chile mediante unos aparatos que les suministraron desde la superficie. Y recuerda que, durante el Mundial, apostó un asado con quince compañeros a que Chile, “su Roja”, vencía a España en la fase de grupos. “Me alegré mucho de que se clasificaran las dos. Después, nos hizo felices que España ganase y fuera la campeona del mundo. Pero perdí el asado, y lo tuve que pagar”.
Había buscado en algunas tiendas de Madrid, infructuosamente, unas camisetas de España para sus nietos. Al final del día, sin embargo, recibió la camiseta roja con la estrella, que la noche del domingo viajaba a Santiago de Chile vistiendo el cuerpo milagroso de este hombre, un minero que ha salido vivo por tercera vez de una situación de derrumbe y encierro aunque “las dos anteriores fueron más breves y sencillas”.
Relata de forma serena que, al entrar en la estrechísima cápsula, llevaba una mascarilla de oxígeno, que desde arriba habían previsto todo para el viaje, que llevaban incluso unas prendas especiales debajo de los pantalones. A mitad de la subida, que duraba unos quince minutos, se le cayó la mascarilla. Si quería recuperarla, debía soltar la Biblia porque la otra mano iba sujeta a un mecanismo de seguridad. “Decidí agarrarme a la Biblia y orar”.
Hizo el número diecisiete de la salida. Lo que sufrieron en las entrañas del desierto de Atacama sólo lo saben ellos. Su fe inquebrantable le ayudó a mantenerse vivo y a colaborar con sus compañeros. Su apodo, “El duende”, le viene de una historia más agradable. “En mis comienzos en la mina, yo era muy jovencito pero manejaba una máquina muy grande. Había compañeros que pensaban que la máquina se movía sola porque no se veía al conductor. Y alguien dijo que la conducía un duende. Y El Duende me quedó”.
Pues bien, este duende de carne y hueso, escaso de centímetros, sobrado de sentimientos, es un hombre que rebosa bondad, que ha hecho de la humildad su bandera, que se sorprende de que el mundo entero los admire y los haya querido antes de conocerlos y de profundizar en sus impresionantes historias personales. Mientras aguardaban el rescate, me consta que Omar leyó “El Alquimista”, la obra del brasileño Paulo Coelho, otro enamorado del fútbol. Tanto él como yo nos quedamos convencidos de que el tesoro está bajo nuestros pies, está en cada uno de nosotros. No le asustaba la muerte. Recuerda que, siendo un joven sindicalista, afiliado al comunismo chileno, militares de Pinochet fueron a su casa al día siguiente del golpe de Estado. Tenía enterrados en el jardín los carnés del partido y del sindicato. Cuando vio que iban a buscarlo, pensó que lo fusilarían pero… “Fue raro, me comunicaron que debía incorporarme al servicio militar. Sólo me querían llevar al cuartel, a la guarnición, para incorporarme a filas”. Comprendo que su fe en Dios tiene que ser infinita.
Omar Reygadas Rojas se llevó la camiseta Adidas de la Selección Española con la estrella sobre el escudo. Sabe que sus compañeros, sus hijos, sus nietos, todos, querrán quitársela. Sé, porque él me lo ha confesado, que tendrá mucho cuidado y que esa ‘Roja’ estará bien protegida y venerada en Atacama. Una camiseta que vivirá con quienes han compartido las tripas de la Tierra durante setenta largas y oscuras jornadas. Muchos de ellos aman el fútbol, la gran parte. Sus conversaciones también protagonizaron una tumba temporal e histórica de la que, sorprendente y afortunadamente, salieron vivos. Personalmente, le agradezco a Omar su confianza y sus confidencias. Los amigos con los que compartimos cada trazo del fin de semana entendieron que nuestra fortuna había sido tenerlo con nosotros. Su equipo, el Colo, viste de blanco y negro. Omar, y sus treinta y dos socios de la mina San José, ya viven en color. Que Dios los siga protegiendo.