12 Oct, 2013

Las malas compañías

“Dime con quién andas y te diré quién eres”, reza el refrán popular y ciertamente no falla. De un tiempo a esta parte, se viene agudizando el valor de esta frase cargada de malos augurios. ¿Cuántas veces hemos visto estropearse a buenas personas por andar con malos vecinos de existencia? ¿Cuál, si no ésta, es una de la principales preocupaciones de los padres respecto de los hijos? Hay quien encierra buenos sentimientos, buenas ideas y propósitos, quien llega a la cumbre merced al esfuerzo propio y a la generosidad ajena pues siempre, antes de alcanzar la cima, cometemos errores que otros deben saber perdonar. Otros, no.

En toda mi carrera, he conocido a muchas personas, que actuaban con bondad y movidos por la buena fe. Y a algunos también los he observado mientras se obcecaban en el daño gratuito a aquellos que los rodean, empeñados en demostrar una superioridad estéril y negativa. Los he visto convertir un jardín en un lodazal y atacar a quienes primero los defendieron. El mundo está acostumbrado a cobijar traidores y desagradecidos, seres que no valen más de lo que los demás les concedan. Suelen ser presa del halago fácil, de la lisonja, de la adulación, promovida por verdaderos individuos llenos de mediocridad y basura, de envidias y rencores contra la Humanidad, que primero aíslan a sus víctimas y, después, les van sacando la sangre poco a poco hasta dejarlos exhaustos. A unos les pierde el odio y la avaricia; a los otros, la falta de humildad, de sencillez, de cordura. La ausencia de conocimiento y la capacidad para saber cuáles son sus verdaderas limitaciones terminan por abandonarlos a la orilla del camino. A veces, mueren ricos aunque desprestigiados; otras, ni siquiera sacan para el entierro. Las malas compañías llevan a malos finales, al deshonor. Por eso resulta tan sano saber elegir y, si se yerra el tiro, saber corregirlo a tiempo.

Las malas compañías encierran una infinita capacidad de destrucción y van dejando los cadáveres por el camino. Conviene que sepan que los muertos siempre resucitan. Y siempre, cuando menos lo esperan. Aunque Sabina diga que “las malas compañías son las mejores”, no es verdad. En el deporte tampoco. Seguro que están pensando en… Quizá acierten.