La gran batalla entre las emisoras de radio y la Liga Profesional se enmarca exclusivamente en el conflicto de los derechos de retransmisión que exigen los clubes y en la postura de las empresas radiofónicas por equipararlo al derecho a la información. Sin embargo, mientras todos discuten si se trata o no de un derecho protegido por el artículo 20 de la Constitución Española de 1978, alguien ha utilizado la vía del reloj para apretar las tuercas.
Lo que hace daño a la radio no consiste en que entre al estadio para retransmitir o no. Narrar por la pequeña pantalla es tan viejo como la propia televisión y la percepción para el oyente resulta muy parecida. Si el narrador y los técnicos son buenos, ni se nota.
Lo que destruye el seguimiento de la audiencia es la dispersión horaria. Todos quieren escuchar el partido de su equipo. Los demás pierden interés. Nadie se pega al transistor un domingo desde las doce del mediodía hasta las doce de la noche. En especial, si los horarios dejan el hueco entre las ocho y las diez sin jugar ningún encuentro. A este paso, en esa franja horaria, habrá que echarle mucha imaginación o los carruseles terminarán poniendo discos.
La concentración de horarios resulta vital para las emisoras. La dispersión mata el fútbol en la radio. Aunque ambas partes defienden sus razones, deben llegar a un acuerdo pues la ausencia de pacto implica el fracaso de los negociadores. La soga está en el cuello de uno y, en su desesperación, le colgado otra cuerda al otro. Los ciudadanos desean que todos reflexionen. Y fuera sogas.