9 Dic, 2012

“Lucas sin apellidos” escrito por José Manuel García-Otero

Se llama Lucas, sin más, no tiene apellidos. Dice que un día los perdió en el camino, tal vez en algún bar de carretera, puede que a la orilla de una playa, mientras los demonios del alcohol saqueaban su alma. Pero eso ya no le importa a Lucas, pues todavía un hilo de voz sigue conectado al corazón y la vieja guitarra le aguanta. Él sigue cantando a Dylan, a John Lennon y a cualquier puesta de sol que sepa a gasolina.

Lucas, sin más, jura que se tomó hace 40 años una cerveza con John Lennon, aunque no recuerda si fue en Liverpool, en Londres o en su memoria. Describe detalles: las gafas amarillas del mito, cómo masticaba chicle y bebía cerveza con su elegancia gamberra. En aquel local tan lleno de poetas, las risas locas de la marihuana hacían el amor con las princesas y las volutas de humo formaban una nube de acordes y versos.

El tiempo derramó miserias sobre la cabeza de Lucas, sin más, que fue perdiendo palabras y sueños, cómo lo hacen los hombres que ríen mucho y olvidan su sombra.

Hoy canta las mismas canciones de siempre, un rock que sabe a whisky garrafón y a libertad de amapolas; un pétalo se te escapó, Lucas, y se abrazó a la noche. Pero nadie encendió la luz y tú, como todos nosotros, te quedaste a oscuras. Sabina no te conoció aquel día y eso que tus versos lo miraron de frente. A ti apenas te importó, guardaste tus cosas, dejaste la sonrisa en la mesa y caminaste en la dirección del viento.

Nosotros dejamos el ancla en el mismo lugar, los desconchones decoraron la casa y las autoridades pusieron cristales en la luna. No hemos cambiado: seguimos masticando dudas y paralizados de miedo. En un aire que huele a lluvia y dibuja centinelas, la canción de Lucas se desliza triste entre las sábanas. Miramos atrás, buscamos el nombre que nos robaron y la palabra Libertad. Suena la guitarra y saluda Johny Cash, el autobús descarga viajeros y aburrimiento, luego se pierde. La canción de Lucas habla del vuelo de un mirlo negro y de un halcón vigilante, pero el aire huele a incienso, pasa la gente y ya nadie escucha.