Hacía mucho tiempo que nuestro fútbol no se veía sacudido por reyertas callejeras a pie de de campo o combates de boxeo de escasa categoría en los túneles de unos vestuarios. Uno siempre cree que la crispación ha desaparecido y que los españoles dejaríamos estos métodos pasados de moda. De hecho, todos censuramos las malas maneras, desaconsejamos los insultos y, por supuesto, las soluciones a puñetazos. Los últimos cuarenta años de paz nos llevan a pensar que el dialogo, la educación y la caballerosidad- que implica tanto saber ganar como perder-, deben prevalecer sobre cualquier otra conducta.
El deporte, y el fútbol en particular, supone un escenario que goza de grandes altavoces para que la música que suene parezca armoniosa y no el lugar donde las gentes se enfrenten en peleas de corte macarra. Yo sé que los árbitros tienen la culpa de todo, ¡faltaría más!, y es una leyenda que da buenos resultados si se sabe aplicar bien. Hay quien elige el papel de víctima de las campañas orquestadas y quien prefiere guardar la compostura. Hay quien elige dar alas a la demagogia y quien sabe hablar en el momento debido. Hay quien vive muy preocupado por lo que dice la prensa y quien es capaz de soportar cuatro voces consciente de que el tiempo le dará la razón.