Seis minutos no parecen suficientes para saber si un equipo ha cambiado pero, esta vez, sí deben significar una referencia. La ilusión de una afición se columpia en las finas líneas de una actitud colectiva y de un destello individual.
Luxemburgo ha llegado por sorpresa y ha aterrizado con unas maneras nuevas ante una plantilla con fama de complicada y que, a mí, particularmente, se me antoja más normal de lo que se dice. Los madridistas saben que da tiempo a hacer pocas cosas en esos seis minutos pero le van a exigir a los suyos que ganen por k.o en un combate a dos asaltos de tres minutos.
No sé si vamos a ver una Real timorata, asustada, encerrada atrás de forma numantina a aguantar o si, por el contrario, presentará un equipo agresivo, valiente, capaz de intentar el golpe en unos segundos. Siempre habrá argumentos para defender cualquier postura blanquiazul. La Real tiene coartada en los tres supuestos. Sin embargo, el Madrid dispone de trescientos sesenta segundos a vida o muerte para limar dos puntos en un periquete y convencer a los suyos de que no son una panda de vagos y acomodados.
Una victoria blanca metería en la lucha por todo a los suyos, les haría volver a creer y confiar en ellos y cerraría heridas, profundas heridas, abiertas en el madridismo. Por lo tanto, Luxemburgo ya sabe que no son seis minutos más dentro de una competición. Bien es verdad que las cosas no se arreglan en tan corto espacio de tiempo y, sin embargo, no es menos cierto que una victoria blanca entrañaría un enorme paso en la necesitada moral madridista y el refuerzo de sus nuevos dirigentes deportivos.
Si no fuera así, Luxemburgo entraría con mal pie, se pondría en manos del Atlético y del Valladolid y podría arrastrar consigo a quienes han confiado en él. Yo creo que el Real Madrid tiene arreglo.