Al principio, me sonaba a algo mezclado entre el Scalextric que nunca me trajeron los Reyes y la Play Station que usan casi todos los niños. La Fórmula 1 se me antojaba lejana porque nunca corría uno nuestro y nunca ganábamos nada. No sé si también influyó el que yo no tenga carnet de conducir o que jamás haya conducido nada que no fuera un kart. Para ser sincero, lo más cercano a la F1 que viví en mi vida fueron algunos viajes con Julio Menayo. Sin embargo, hace ya meses que Alonso ocupa las portadas y abre los informativos de la tele. Una bella historia la de este paisanín del Principado, un ovetense que echó raices entre Latores y La Manjoya y que gozó de la suerte de un padre constante y tenaz, capaz de dedicarle su vida por entero. Hay muchos talentos perdidos por culpa de un padre despistado. Tuvimos suerte. Sé que su gran amor se llama Luisa, que vive en una casa en Limanes que él le regaló. Es su abuela y, como todas las abuelas, lo merecen todo y más. En Bareihm salía de los últimos. Yo quería verlo pilotar una prueba completa y, la verdad, me emocionó. Dicen los entendidos que, por supuesto tienen todos carnet de conducir, que fue la más bella carrera de la historia. Fernando me hizo sentir una emoción inexplicable, (quizá también incomprensible) , me inquietó, me obligó a levantarme del asiento, a acordarme de los familiares de un tal Massa que lo quería cerrar y me llevó a vivir, en suma, un mediodía impresionante. Antes, Alonso era un personaje de anuncio al que siempre iba a buscar una chica espléndida mientras el miraba el reloj y sonreía. Hoy, este asturiano del Oviedo, me parece un genio, un talento valiente. Le faltan pequeños detalles como ganar el Mundial, jubilar a Schumacher y hacerse del Sporting. Sería la leche. Los niños quieren ser Alonso, los padres también, y una sola bandera corre debajo de ese casco azul y amarillo que nos une a todos. Que Dios te bendiga, chaval. Gracias a ti, los asturianos ya no echan gasolina: repostan.