Nadie lo dice pero resulta transparente el deseo del Athlétic de deshacerse de Julen Guerrero. El de Portugalete aceptó un contrato vitalicio con José María Arrate porque lo convirtieron en el símbolo del equipo, del club y del pueblo. Julen renunció a ofertas superiores de España y Europa porque se lo pidieron todos, que se quedase para ser el emblema del proyecto del Athlétic. Con juventud y calidad pronto se erigió en aquel futbolista capaz de llevarnos al País de los Sueños. Julen se convirtió en nuestro Peter Pan. Dicen ahora que su contrato es demasiado largo, que resulta muy caro, que ya no es el de antes. Mejor sería decir que con los entrenadores que han llegado a Lezama, con Urzáiz de tanque y pelotas volando a la olla, los futbolistas como Guerrero sobran, como empieza a sobrar Yeste, como sobrarán otros. Julen sigue siendo ovacionado incluso en los entrenamientos. Es un jugador valorado, apreciado, deseado y popularmente querido. No valen capillitas en el vestuario contra quien lo ha sido todo antes que nadie. Ugarteche viene tomando decisiones polémicas en aspectos cruciales de la historia del club. La salida de Julen, la obstinación en Valverde, la idea de no convocar elecciones a la muerte de Uría y la solución de la publicidad en las camisetas llevan a un camino sin retorno. El Athlétic goza de características que lo hacen único en el mundo. Con alevines al timón, corre el riesgo de vulgarizarse. Se entiende que el cambio de San Mamés suponga una excelente recalificación y una brillante operación económica que permita sanear el club. Sin embargo, lo saneable ahora mismo son las ideas. Decir lo contrario es ir a favor de corriente y mentiría si no dijese que echo en falta la serenidad y la firmeza de criterio, la perspicacia y sabiduría de Pedro Aurteneche o de José María Arrate. Pero, claro, eso no se improvisa tan fácilmente.