Siento debilidad por todos los futbolistas de calidad. Todos los extremos hábiles, rápidos, regateadores, directos, goleadores y veloces me han maravillado. Desde Amancio hasta Enzo Ferrero, pasando por Best, Rep o Giggs y tantos otros, casi todos mis ídolos de infancia y juventud siempre llevaban grabado en la espalda un dorsal del 7 al 11. La primera vez que vi jugar a Joaquín me hizo recordar aquellos futbolistas que hoy ya no existen, que ya no se fabrican. Jugadores que buscan la banda y la corren de punta a punta, que llegan al banderín del corner o se meten en diagonal hacia la meta rival, futbolistas que driblan contrarios sobre una chincheta… esos son los míos. Joaquín destacó pronto por dos cualidades que en su día y en la banda de enfrente nos enseñó Gordillo: velocidad y quiebro, tanto de balón y de carrera como de pensamiento. Ahora tengo la sensación de que las aguas del Guadalquivir bajan menos claras que de costumbre para este señorito del Puerto, que la fortuna no le sonríe tanto como al principio. Conviene considerar que subimos a los jugadores a los altares más elevados para, luego, dejarlos caer al vacío sin red que los proteja. Estas letras buscan convertirse, precisamente, en eso, en aviso y protección, en defensa y ánimo. Necesitamos recuperar y, sobre todo no perder, un jugador de este calibre. Sus filigranas en el Mundial de Corea, sus fintas y regates, sus regalos a la galería con quiebros endiablados, sus centros de la muerte desde la línea de fondo, embutidos en una enorme sonrisa protegida por el sombrero del “Tío Pepe” y unas enormes y espejadas gafas de sol, no pueden caer en el olvido. Levanto mi modesta pluma para defender a este extremo-extremo, parido a la vieja usanza, amamantado en el más puro arte de la escuela andaluza, allí donde los futbolistas parecen brasileños. Este Jairzinho del siglo XXI nos debe muchas noches de fútbol grandioso. Apuesto por Joaquín con todas mis fuerzas. Es el mejor siete de Europa. Necesita apoyo y comprensión. ¿Por qué negárselo?