Recuerdo que cuando él llegó, coincidí con Bertín Osborne y con Juan Antonio Ruiz “Espartaco” en el palco del Ruiz de Lopera. Los dos coincidieron, sobre todo Bertín, en que era el mejor lateral izquierdo del mundo. Desde la prudencia, argumenté que podría ser el mejor atacante zurdo del planeta, como Cafú lo era por la derecha, pero que no me parecía un buen defensa. Con el paso del tiempo, le dije a Bertín- en el restaurante De María- que Roberto Carlos me había convencido, que atacaba como el mejor, sí, y que había aprendido la incómoda tarea de defender. El sábado pasado asistí a un desagradable espectáculo en el Bernabéu. Observé a una afición que lo silbaba, a él que lleva desde 1996 en el equipo y con un magnífico rendimiento. El Bernabéu abucheaba a un ídolo, costumbre común en una afición que chilló a Di Stéfano, a Butragueño y a Velázquez y que no por ello sabe más, aunque estúpidamente lo crea. Roberto, sea con el 3 blanco o con el 6 de Brasil, resulta un futbolista fuera de lo común y no solo porque disfrute de casi sesenta centímetros de perímetro en sus muslos-una bestia- ni por el alcance sus disparos a 170 kms/hora- aún más bestia, si cabe-. Goza, además, de un prodigioso centro en carrera, de un elogiable disparo a media distancia- a ser posible en los 20 metros-, de un excelente pase largo, de un buen centro-chut como el que sirvió para que Mijatovic marcara el gol de la Séptima, futbolista que apenas se lesiona y que hace los 100 metros en menos de once segundos. Es un superdotado que sonríe incluso cuando pierde y que sabe dar la cara y hasta partírsela por su equipo. Roberto Carlos no merece que su afición le reproche un mal partido sino que lo anime para que siga siendo la envidia de los rivales. Sean justos. No silben a quien merece un aplauso y el cariño de las tribunas y que ha renunciado a muchos millones de euros por vestir esa blanca que algunos tanto idolatran. Imagínenlo con otra camiseta contraria y cambiarán sus pitos por aplausos. Hace tiempo que ya tiene el mío, dicho sea con el mejor de los respetos.