Observo a escasos metros al monarca a bordo del Bribón. El Señor se muestra generoso en el mar. Lleva la caña y vive con entusiasmo la dureza de la regata, aporta un esfuerzo sobresaliente al colectivo, se presta a la intensidad de la prueba y comparte solidario tensiones y sonrisas. Siempre me llama la atención contemplarlo en la embarcación. Don Juan Carlos se humaniza, se acerca al hombre de la calle, comparte las sensaciones naturales de lo cotidiano, sonríe cuando gana y comparte el premio obligando a su equipo a recogerlo en sus manos. Sorprende su espontaneidad, su sentimiento de hombre cercano, su capacidad para ser uno más aún sin serlo. Siempre me pregunté lo que pensará un Rey en medio del mar, justo allí frente a las bellísimas Cíes, en el parque natural de las islas del Atlántico, en esas aguas de Galicia tan limpias y profundas, qué puede pasar por la cabeza del monarca cuando el hombre deja los acantilados de Monteferro por estribor y las Estelas por babor, camino del escenario hermoso de la ría de Vigo, allí donde el navegante puede penetrar con sus ojos en la niebla ligera hasta descubrir las islas de Ons y Onza, allí donde se huele el mar de Sálvora y se perfilan las blancas arenas de la Lanzada. ¿En qué piensan los reyes cuando no ejercen…? Su tiempo es oro y ese oro del Rey lanza la vela española a la élite universal pues a su estela se unen deportistas, espectadores y patrocinadores. En el Monte Real Club de Yates se vivió todo ello en este fin de semana de la Regata Príncipe de Asturias. Don Juan Carlos me corrigió con afecto y dijo que Bayona no es incomparable sino única. Y digo yo que como Vos, Señor. Ese esfuerzo regio bien merece que le pidamos prestado a Arturo Pérez-Reverte, también ilustre navegante, académico y escritor, el título de su cuarto Alatriste para este modesto artículo.